Cuando todos los días oímos hablar de Trump; cuando el expresidente catalán Artur Mas intenta confundir al personal hablando de Cataluña para evitar hacerlo de la subvención ilegal de su partido, o de su antiguo partido, que yo ya no sé dónde nos encontramos; cuando la macropolítica anula la micropolítica, yo les voy a contar una historia. Sencilla, cercana, espeluznante. Una historia que no aparece en titulares, que los medios de comunicación no reflejan porque no tienen suficiente espacio para ello, que pasa desapercibida porque no es una historia única, es una historia que forma parte de la vida de muchas personas. Por esto hoy quiero hacer un alto en el camino y no discursear sobre los conflictos del PSOE, sobre los enfrentamientos de Podemos, sobre la ceguera de Rajoy en la cuestión catalana, para quedarme en una historia muy simple, y muy triste, y tan desazonante que debería hacernos sonrojar a todos.

Verán, les hablaré de una familia de Puente Tocinos. Una familia formada por la madre separada y seis niños entre 18 meses y 15 años. El padre es un parado de larga duración, mayor de 45 años, que trabajaba en la construcción y ahora hace algunos trabajos esporádicos, sin producir alta en la Seguridad Social. La madre sólo accede a trabajos eventuales en almacenes de fruta, limpiando casas o cuidando a personas mayores, que ya es tener capacidad de trabajo teniendo en cuenta que ha de atender a seis hijos. Y con estos datos no es preciso decirles que apenas tienen ingresos, por lo que a fin de mes esta mujer puede conseguir 300 o 400 euros, y los 100 o 200 que le aporta su marido, del que está separada desde el nacimiento del hijo pequeño.

Y ustedes se estarán preguntando, yo también me lo pregunto, cómo es posible sobrevivir en estas circunstancias. Pues les cuento: Se alimentan básicamente de lo que reciben en Caritas (qué orgullosa me siento de ser socia de esta institución) y, por supuesto, los alimentos frescos en esa casa brillan por su ausencia. Hablar de comer carne y pescado es una entelequia, y la dieta infantil está ausente de yogures, quesos o cosas por el estilo. La desesperada madre ha recibido una ayuda para la guardería del pequeño, pero no incluye la alimentación, que le supone 120 euros mensuales, los mismos que ha de quitarle de la boca al resto porque si recoge al bebé a mediodía tiene que dejar el trabajo. Ya saben, hay que elegir, una cosa u otra.

Viven de alquiler, con amenaza constante de desahucio. Como la madre no declara ingresos mínimos de 9000 euros al año, puesto que trabaja en economía sumergida, no reúne los requisitos básicos de la convocatoria de ayudas al alquiler de la Comunidad Autónoma (con gran hipocresía, ésta se defiende diciendo que desde la Administración no se puede alentar la economía irregular), así es que hemos de deducir que los pobres de solemnidad siempre pueden cobijarse debajo de un puente. Por lo tanto, también es Caritas quien algunos meses tiene que hacerse cargo del pago del alquiler. En cuanto a la luz „esas poderosas compañías que dan cobijo a tantos y tantas„, pues eso, que como no podían pagar, se la cortaron hace un año y le penalizaron por darse nuevamente de alta, pero hasta que eso ocurrió, la madre no pudo cocinar, calentar el biberón del pequeño, encender una bombilla para que los niños hicieran los deberes, ducharse o lavar la ropa. Y en cuanto al agua, hace unos días, coincidiendo con la ola de frío, también se la cortaron. Mientras llevaban a cabo la operación una vecina pidió encarecidamente al técnico que no lo hiciera porque en la vivienda vivían seis niños. La respuesta fue: «Señora, ese no es mi problema, yo he venido a cortar el agua y eso es lo que voy a hacer». El operario no tiene la culpa, pero el tono sí expresa el grado de deshumanización a que ha llegado esta sociedad tan estupenda en la que vivimos. Una sociedad en la que la Administración regional «no puede alentar la economía irregular».