El democristiano Andreotti presidió el Consejo de Ministros de Italia en siete ocasiones, incluido el período entre 1976 y 1979. En uno de aquellos años, que coincidían con los albores de la transición política española desde la dictadura franquista hacia la monarquía constitucional basada en la democracia representativa, Andreotti visitó España. Ante la insistencia de los periodistas para que diese su opinión sobre el proceso español, acabó por soltar una única frase que hizo historia: «Manca finezza». O sea, que faltaba finura o, si se prefiere, faltaba sutileza.

Tengo para mí, aunque acaso no sea más que nostalgia por la juventud pasada, que había más sutileza política en aquella época que ahora, pero afortunadamente también hay ahora políticos a los que no les falta finura. Por citar un ejemplo socialista, Javier Fernández se estrenó como presidente de la Gestora diciendo: «Tender puentes y hablar y pactar y cohesionar, esos son los verbos que pretendemos conjugar». Aunque parezca increíble, en el campo de la sutileza también se mueve Rajoy y la ha aplicado al secesionismo catalanista, frente al cual ha actuado siguiendo cuatro ejes.

Por un lado, no identificar nunca a los secesionistas con el conjunto de los catalanes, ni al Gobierno de la Generalidad con Cataluña. Por ese motivo, Cataluña ha seguido recibiendo cuantiosos dineros del Fondo de Liquidez Autonómica: era imprescindible enfrentarse a los separatistas sin perjudicar a los ciudadanos catalanes.

En segundo lugar, no negociar ni la integridad territorial de España ni la soberanía nacional. Era factible negociarlo todo con los representantes políticos catalanes, excepto romper el territorio español o fragmentar la soberanía del pueblo español.

En tercer lugar, negar a Cataluña un pacto fiscal a la vasca y dejar claro que, aun estando dispuesto a mejorar la financiación de la autonomía catalana, nunca lo haría mediante una negociación bilateral que excluyese a las demás autonomías. En eso estuvo más firme que Zapatero y, en realidad, que todos sus antecesores en la presidencia del Gobierno. Por si alguien no se había percatado, Rajoy fue el primero que dijo no a las aspiraciones exageradas de los catalanistas. Y sin hacer aspavientos.

Precisamente eso fue lo que provocó la súbita conversión de Mas al separatismo. Antes de que el alma del separatista Artur tomase posesión de un apuesto cuerpo con flequillo, ese cuerpo había dado albergue al alma de Arturo, el que andaba diciendo que el independentismo era una ideología un poco oxidada.

Es posible que al comienzo su recién inaugurado separatismo no fuese más que una estratagema para lograr que Rajoy se rindiese y aceptase negociar el nuevo objetivo catalanista de recaudar todos los impuestos y pagar a la bolsa común española lo que considerase conveniente. Pero Rajoy no cedió y Mas optó por forzar un referéndum de autodeterminación.

Entró entonces en acción el cuarto eje de Rajoy: la proporcionalidad en la respuesta a la insumisión separatista. Defendería la soberanía española, pero sin emplear más fuerza en cada etapa de la imprescindible para lograr el objetivo. No era debilidad; era sutileza en evitación de escándalos que favoreciesen el victimismo.

El Gobierno español recurrió la convocatoria de referéndum ante el Tribunal Constitucional, que emitió una providencia suspendiéndola. El astuto Mas fingió aceptar la legalidad y propuso entonces hacer una consulta no vinculante a cargo de voluntarios de la Asamblea Nacional Catalana. Aunque el Gobierno catalán suministró los medios materiales, aquello era muy parecido a una encuesta sin consecuencias jurídicas y sin la intervención directa de los gobernantes.

En esas condiciones podía aceptarse que aquello no fuese delictivo y así fingió creerlo Rajoy. El ministro Margallo recomendó públicamente secuestrar las urnas de cartón y proceder de inmediato a una reforma constitucional, pero el paciente Rajoy prefirió no intervenir, respetando el pacto implícito: sería una consulta ni vinculante ni gubernamental.

Hoy la Constitución sigue en su sitio.