Llamadme platónico, o hegeliano, o lo que queráis, pero yo sostengo que para que un muro, cualquier muro, pueda erigirse (desde las vallas de Ceuta y Melilla hasta las de Turquía, desde los inminentes muros del AVE en superficie por en medio de Murcia y el de Trump entre EE UU y México) es imprescindible primero construir su idea en la opinión pública. Sin ese cimiento ideológico, la masa no cuaja. ¿Y cuál es el cimiento ideológico de un muro? Una mezcla de miedo, desprecio y deshumanización. Creerse que esa gente del otro lado es hostil, o pretende invadirte, como piensa la América redneck de Trump sobre los latinoamericanos. O que merece ser aislada del resto de su ciudad, como piensa Ballesta de los vecinos del sur de las vías. Una vez cuaja ese hormigón, la idea de muro aparece por todas partes. ¿Que le preguntas al gurú económico del nuevo PSOE por temas de renta básica? Pues te responde que habría que poner francotiradores contra los inmigrantes. Muromán nivel 98, José Carlos Díez.

Seguid llamándome cosas, pero voy a añadir que, antes de empezar a promover ideología paretaria (sic), hay que minar en la sociedad el símbolo exactamente contrario, que es el de puente. Se está quedando un zeitgeist buenísimo para releer Un puente sobre el Drina, el clásico del Premio Nobel Ivo Andri?. La novela parte de uno de los mitos fundamentales de la cultura sureslava: a principios del siglo XVI, un niño serbio es forzado a unirse a la leva del Sultán, y su madre lo sigue llorando hasta que los soldados lo embarcan a una barcaza que cruza el río Drina. Muchos años después, el niño vuelve convertido en Gran Visir y ordena construir, en ese mismo punto, un puente que sigue en pie, en Vi-egrad (en la actual República Serbia de Bosnia Hercegovina), y que culturalmente constituye un símbolo esperanzador no solo para el conjunto de los Balcanes (escenario de la fractura entre Occidente y Oriente) sino, visto lo visto, también para el resto del planeta.

Llamadme lo que os dé la gana, pero sí: el momento de crisis que atraviesa nuestra civilización también lo explica esta batalla entre dos símbolos.

El neoliberalismo alienta obviamente el primero, compartimentando nuestra sociedad, fomentando la división y la desconfianza, alentando unas condiciones crecientes de desigualdad según el modelo de esas urbes-cárcel donde los barrios están separados por vallas y agentes armados, mientras levanta toda restricción (Trump acaba de cargarse gran parte de la legislación que aún impedía a la banca de su país operar con total libertad) al movimiento de capitales.

Habrá que mojarse, pontoneros.