Venimos escuchando de continuo que la agricultura intensiva del Campo de Cartagena tiene un gran impacto económico en toda la Región, como muestra la preocupación por sus pérdidas con las recientes lluvias. También se reitera en medios de comunicación la importante fuente de ingresos turísticos que representa la zona litoral Mar Menor. Y sabemos que ambas actividades las desarrollan empresas privadas que operan en un reducido espacio geográfico, vulnerable y protegido medioambientalmente.

Afortunadamente, desde hace unos años a las empresas, además de sus tradicional papel como generadoras de empleo y riqueza, y favorecido por una mayor sensibilidad social y medioambiental de la sociedad en su conjunto, se les exige un nuevo modo de hacer empresa que tenga en cuenta lo que se denomina Responsabilidad Social Corporativa, en siglas, RSC.

La RSC es una herramienta de presente y futuro para mejorar la imagen y competitividad de las empresas mediante una mayor atención a los factores sociales y ambientales. La RSC incluye una serie de dimensiones internas, responsabilidades con sus propios empleados como por ejemplo cuestiones de igualdad de género o conciliación de la vida laboral y familiar, entre otros, y externas, entre las que destaca la integración de las empresas en su entorno local y la minimización de los problemas ecológicos.

Un comportamiento socialmente responsable en una empresa supone una gestión de los procesos productivos sin emisión de contaminantes y también una colaboración con los proyectos comunitarios si su nivel de ingresos se lo permite y si existe esa vinculación empresa-entorno. Cuando una empresa es socialmente responsable, más allá de la publicidad cercana que arrastra al consumidor, sabe que los recursos productivos son limitados y hay que conservarlos, obtiene bienes y servicios considerando su precio social y permite que cualquier afectado por sus acciones productivas, pueda influenciarla al menos en su vertiente de impacto socioambiental.

En el Mar Menor las empresas turísticas y las empresas agrarias, precisamente porque tienen ese mismo entorno social, cultural y medioambiental, han de ser conscientes de que comparten los mismos objetivos en materia de RSC y que deben cumplir una legislación que protege espacios naturales y personas. Por ello, lejos de 'demonizar' o enfrentar supuestos intereses económicos encontrados, como se aprecia, es preciso trabajar conjuntamente dar respuesta a dichos objetivos comunes que son más amplios.

Es preciso minimizar los impactos negativos sobre el entorno social y ambiental como forma de gestionar y hacer empresa que garantice la sostenibilidad medioambiental y la supervivencia de la actividad humana. Pero para ello, además de actuar desde las empresas ya establecidas, hemos de repensar el modelo de modernización agrario que ha llevado a la agricultura a convertirse en industria, con pérdida de diversidad de técnicas y manejo de los cultivos. Un modelo en el que los pequeños productores se han adaptado a los paquetes tecnológicos o han desaparecido, y en el que la homogeneización del mercado sólo permite triunfar al más fuerte.

Desde hace unos años se han puesto en marcha otros modelos de producción agraria más respetuosos con el medio ambiente y las personas. Por ejemplo, la Producción Integrada, que certifica la trazabilidad del producto desde el campo hasta la expedición y garantiza la seguridad alimentaria. Este sistema productivo pasa por contar dentro de la propia empresa con una equipo técnico y laboratorio, e invierte en I+D+i junto a centros de investigación públicos y universidades. Hablamos de cooperación público-privada a favor del procomún. Otro ejemplo es la Producción Ecológica, que no utiliza agroquímicos de síntesis y sus métodos respetan la biodiversidad.

La empresas turísticas, por su parte, también han de repensar sus actividades y apostar por nuevos modelos de turismo más desestacionalizados y de menor impacto medioambiental. No todo vale. Cualquier actuación en el entorno del Mar Menor ha de ser evaluada cuidadosamente antes de su implementación. Baste citar algunos ejemplos, como la mala práctica denominada regeneración de playas llevada a cabo los últimos años, la construcción de diques y pantanales de hormigón que han roto el dinamismo natural de las corrientes marinas litorales que contribuyen a la limpieza y regeneración de las aguas, o la edificación masiva en ramblas y escorrentías con las desastrosas consecuencias que hemos podido ver tras las últimas tormentas.

Si queremos avanzar en la regeneración y conservación del Mar Menor hemos de apostar por avanzar como sociedad en la responsabilidad compartida que tenemos con nuestra Región, con nuestro entorno. Todos, empresas y ciudadanía, los del litoral y los del interior. A menudo asumimos como cercanos problemas lejanos, como la desforestación del Amazonas, un tema sin duda de interés para el futuro del planeta pero en el que difícilmente podemos actuar y, sin embargo, obviamos los problemas de nuestros vecinos que sí podemos contribuir a solucionarlos. Y el primer paso es asumirlos como propios.