Últimamente las páginas de sucesos de este periódico aparecen cada día a tope de delincuentes, como si hubiera muchos malos por aquí, por esta Región: asesinos, falsificadores, violentos que atacan, ladrones, traficantes de drogas, etc. Siempre te asombra que haya tanta mala gente en el mundo, pero aún impresiona más que esos malos estén a nuestro alrededor, a menudo viviendo aparentemente una existencia normal. Cuando ocurrió el terrible caso de la parricida de Santomera, salieron a la luz un montón de detalles de la vida de aquella familia en la que una madre mató a dos de sus hijos. Que si tomaban drogas, que si acudían a oscuros centros de intercambios de parejas, ella obligada, según dijo, que si el marido la sometía a maltratos físicos y psicológicos. Los vecinos de aquella familia, que vivía en una urbanización de adosados, nos decían a los de la prensa que no podían ni imaginar que todo aquello estuviera ocurriendo tan cerca de ellos, que era una pareja normal, como las demás que vivían en la zona. Ahora se está juzgando a Juan Pedro G. S., el que dicen es el mayor falsificador de billetes de Europa, y, hasta su detención, era un hombre que aparentemente se dedicaba a enlatar tomates y a imprimir tarjetas de visita, en Beniaján, ya ves tú.

Y, el otro día, un grupo de jóvenes malos le dio una paliza terrible a una chica que luego resultó tener un historial de mala también. Los atacantes son estudiantes o ninis, chicos y chicas que viven con sus padres en sus hogares, o en pisos compartidos, tan felices. Es cierto que, a lo mejor, se rapan la cabeza o llevan alguna camiseta con un lema escandaloso, o una cazadora de cuero con un escudo que llama la atención, o incluso tienen en su habitación un póster con el rostro de Franco, o de Stalin, o qué se yo, pero lo cierto es que cada día esos chicos entran y salen de sus edificios de viviendas, saludan a los vecinos, se toman una cerveza en su bar habitual. Cuando los detienen, siempre hay personas que salen en los medios diciendo aquello de: 'parecían muy normales'. 'yo los saludaba todos los días', '¿quién se podía imaginar que era un delincuente?' Y cosas así.

Hay malos que, en un arrebato, cometen un delito, pero hay otros que viven en la maldad, que planean la maldad, que contratan a un sicario para que mate, o que se especializan en atracar ancianos esperándolos en las puertas de sus casas y siguiéndolos hasta que las abren para entonces reducirlos y robarles. Supongo que los que viven en un barrio marginal saben perfectamente que esta familia vende droga, o que aquella se dedica a robar cobre, pero qué terrible es cuando te enteras que enfrente de tu estudio tenía una tienda de informática un degenerado que se hacía pasar por cuidador de niños y que abusaba de ellos, incluso de bebés. 'Yo lo veía todos los días abrir su tienda y no podía imaginar que fuese un canalla de esa envergadura', le dije yo a uno de una tele que me puso la acachofa delante.

Y hay otros malos, muchos más, viviendo entre nosotros, y aunque sus maldades no sean tan terribles como estas, sí lo son por lo que tienen de ejemplo para otros seres humanos a los que pueden influir en sus formas de ver la vida. Son aquellos que desprecian al débil, que rechazan al diferente, que atacan al vulnerable. Generalmente, sus delitos nos los llevan ante la justicia como a los otros, pero hieren a la sociedad, la corrompen y la envilecen con sus actos, con sus palabras, con el poder de convencimiento que emanan para mucha gente.

Da miedo pensar que todos estos malos vivían, viven, entre nosotros.