Bonita costumbre tenemos los seres humanos. Es así desde que el mundo es mundo. La costumbre, me refiero, de pensar más en lo que nos hace daño que en lo bello que tenemos en la vida. Lo bello, que, bien mirado, suele ser más abundante que lo feo. Es simple, pero seguimos cayendo. Zoquetes emocionales, no somos otra cosa. Ataca una neurosis y nos convertimos automáticamente en peores personas. Muchas veces incluso nos perdemos lo bueno por anhelar lo mejor.

Estamos tan acostumbrados a ver en el Facebook del prójimo (prójimo que, casualmente, parece que siempre necesita público para completar su felicidad) caras sonrientes, familias idílicas, amigos de serie de televisión y bebés de anuncio que en ocasiones hay quien mira su vida sin filtros y para en seco. Claro que es lícito ponerse triste, pero no más de 24 horas. Otra alternativa es ponerse triste mucho tiempo y convertirse en un dibujo a lápiz de esas chicas melancólicas que suelen ilustrar los versos de los poetas modernos.

Mejor sería, desde mi humilde punto de vista, aprender a valorar. Porque hay situaciones y personas grandiosas a las que valorar, y mucho. Es un topicazo de libro de autoayuda, pero es que se nos olvida demasiado. No demos lugar a volvernos seres sin memoria que destilan y generan tristeza. Seres que se pierden lo bueno.

Ay, humanos idiotas.