El 10 de mayo de 1968 miles de estudiantes franceses toman el Barrio Latino y convierten las calles de París en una trinchera popular. Protestan contra anacrónicas instituciones educativas, contra insostenibles condiciones de trabajo y, afianzándose en esos dos pilares fundamentales, protestan contra el orden establecido. Como todas las guerrillas que se enfrentan a un ejército profesional, tienen a su favor el laberinto de las calles, la pasión de los preliminares y el desparpajo del juego. Por su parte, el Gobierno francés comete un error de novato; le suelta la correa a los antidisturbios, y regala así a los estudiantes otra ventaja: la complicidad de la gente. Es la noche de las barricadas. París es una fiesta revolucionaria. Acaba de estallar Mayo del 68.

El 15 de mayo de 2011 miles de personas se manifiestan a la vez en más de cincuenta ciudades de España. Esa misma noche, en Madrid, unos pocos manifestantes deciden seguir con la concentración y acampan en la Puerta del Sol. Protestan contra la crisis económica, contra los beneficios de unos pocos a costa del sacrificio de muchos y contra una clase política cómplice del desfalco. La delegación de Gobierno comete el mismo error; manda cargar a la Policía contra la población civil, y al día siguiente todo el país está del lado de los manifestantes. La acampada de Sol se multiplica en decenas de ciudades. Las plazas se convierten en un altavoz de la indignación popular. Ha estallado el 15M.

De Gaulle, sin embargo, no tarda en reaccionar. Los grupos de ultraderecha y gran parte de su Gobierno piden que recurra al ejército; que gane con tanques las calles y que endurezca los castigos. Él hace todo lo contrario. Contemporiza y convoca elecciones anticipadas. Las huelgas se van resolviendo, bien por nuevos convenios colectivos bien por la intervención policial, ahora ya dirigida con más precisión. Los manifestantes van quedándose solos en la calle, su lucha deja de tener contrapuntos, y empiezan a perder también el favor del público.

Recuerdo con un cariño especial, en la plaza del ayuntamiento de Murcia, cómo los restaurantes del centro, amas de casa y jubilados llevaban viandas de comida, toldos, colchonetas, y animaban a ´los indignados´ a seguir luchando para cambiar las cosas. Recuerdo también, al final de la acampada, a una mujer que se acercó a una de las asambleas, cada vez menos numerosas, y nos dijo que nos había apoyado desde el principio, que estaba completamente de acuerdo con nuestras causas, pero que su hijo llevaba un mes sin jugar en la plaza y que, por favor, levantáramos el campamento ya.

A las pocas semanas de mayo del 68, De Gaulle gana las elecciones que él mismo ha convocado; gana con claridad, y parece que el verano gaullista hubiera acabado con la primavera francesa. Sin embargo, es solo un espejismo. La gente ha vuelto a casa, pero la revuelta ha cambiado profundamente y para siempre el sentido común de la sociedad. Las reivindicaciones que antes decoraban las paredes y las pancartas ahora son resoluciones parlamentarias o propuestas de ley.

Dos años después del 15M nace Podemos. Un partido que se presenta a las elecciones para ganar las instituciones y ponerlas al servicio de la gente. En un primer asalto, casi gana. Solo en año y medio ha conseguido recorrer más de la mitad del camino. Pero ha sido un periodo electoral vertiginoso y, cuando concluye, el nuevo partido político necesita parar dos o tres meses y tomar aliento. En ese momento, le asalta la tentación: ¿y si me quedo aquí y, mientras tanto, vuelvo a la calle? Es el momento de madurar o de que Pablo Iglesias siga siendo un enfant terrible; el momento de ofrecer a la gente garantías o más golpes de efecto. La calle, sin embargo, es una floración. El organigrama de un partido político siempre la marchita. Y Podemos está a punto de aprender, además, de una forma o de otra, que volver al primer amor no solo no funcionaría sino que es imposible.

Es precisamente una propuesta de ley la que acaba con De Gaulle. El gran tacticista militar resulta ser, sin embargo, un pésimo estratega demócrata. Se enfrenta a una de las reivindicaciones emanadas de mayo del 68: descentralizar el país y dar más autonomía a las regiones. Pero el viejo general no está de acuerdo con la reforma y la plantea como si de un plebiscito se tratara: o ganan sus postulados o se va. Ha lanzado un referéndum, y lo va a perder. Noble en la derrota, dimite y abandona la política.

El que tenga oídos, que oiga.