Con frecuencia, por indolencia, por abuso de la grandeza que entendemos merecida, también por cierta ignorancia, por desprecio, en el peor de los casos, se desdeña la belleza de nuestra identidad; por la singular apatía con la que se nos reconoce al primer vistazo, por la ingratitud que significa el poco aprecio a la generosidad, que por suerte, también nos distingue. Somos así y nuestras ciudades, nuestro patrimonio de todo tipo está sujeto, en su cuidado, a estas singularidades del carácter murciano. Hace falta una revolución nacionalista, sí, nacionalista, para volver la mirada hacia nuestros valores y me ceñiré, por mi condición, solo a los artísticos que nos distinguen.

En las guías turísticas editadas lujosamente por el ayuntamiento de Murcia, salvo error por mi parte, no he visto convocatoria al viajero para visitar el descentralizado Parque Escultórico del escultor Antonio Campillo; una colección de veintiuna obras de su mano dedicadas a la figura de la mujer, de gran formato, de la mano del maestro del barro, natural de nuestra huerta: hombre breve, artista grande, que se muestran en un parque en los ensanches de la capital. En las oficinas de turismo municipales puedes conseguir un leve tríptico, bastante pobre de edición, que no refleja la importancia del contenido monumental al que hace referencia.

He paseado, recientemente, para escribir estas líneas, un buen rato de mañana luminosa rodeando las bellezas creadas por quien, en vida, fuese mi amigo, una vez desaparecido, un recuerdo afectivo, intenso y agradecido por mi parte, en su memoria imperecedera. Recuerdo con pavor el ataque reciente de la barbarie urbanita a estas piezas de bronce admirables. Y he de recordar, desde aquí, que si importante es el homenaje de su tierra al artista, más importante es, si cabe por su individualidad, el que Campillo nos regala a los murcianos. Porque fue una donación de su herencia, de su lúcida Fundación que trabaja con poco descanso en la promoción de lo que el autor representa en la escultura española y, por consiguiente, en la murciana. Lo digo así porque como institución privada, funciona con el recuerdo permanente a la voluntad del artista, siempre presente en la conducta de quienes dirigen la utilización de este patrimonio, de este legado universal.

Es necesario el compromiso de la Administración pública (en este caso la municipal) de asumir la responsabilidad en el cuidado de la obra de los artistas murcianos, dicho aprovechando la ocasión, en plural, de mirar y rescatar la esencia perdida, olvidada por desgana si no por desconocimiento imperdonable. No hay otro camino posible en la inversión de potenciar nuestra identidad, de demostrar, realmente, quiénes fuimos y quiénes somos. Por una vez y que sirva de precedente: con palpable y reconocible gratitud generalizada.