La adjetivación calificativa marca estilo porque, al acompañar al sustantivo, añade matices que, tanto llevan más allá de lo que se describe, como denotan intenciones. En esta última posibilidad de la adjetivación, sobre todo, cuando se convierte en sobreabundancia, la calificación entra en la función clasificatoria e incluso puede llevar a negar aquello que, al enfatizar, pretende afirmar.

En la descripción del caso de la joven agredida, la semana pasada, a las puertas de un local ubicado en las calles del centro de la capital de Murcia, se han utilizado, por parte de los medios de comunicación e incluso por el grupo municipal Cambiemos Murcia expresiones como 'brutal paliza' o 'cobarde agresión'. En ambos casos (hay más, pero no lo voy a analizar todos) habría bastado con condenar la 'paliza' o la 'agresión', pero los autores han querido ir más allá y, al hacerlo, se han metido en un laberinto.

Una paliza es, en sí, un acto brutal. Por tanto, si añadimos el adjetivo 'brutal' a la paliza, estamos afirmando tal vez que existan palizas no brutales o que la brutalidad tiene una gradación. En este caso, debemos suponer que la 'brutalidad' deberá ir en función de los daños causados por la paliza. Y si es así, podríamos llegar a la conclusión, en vista de los daños sufridos por la joven agredida, que la paliza no fue brutal, ya que, según muestran las imágenes, después de la misma, se levantó y se fue andando por sus propios medios. La conclusión es que, en la expresión, existe un interés sensacionalista que, en definitiva, resta credibilidad a la información.

En cuanto a la expresión 'cobarde agresión' resulta igualmente sobreabundante, incluso excesiva y tan innecesaria que parece denotar un afán (¿tal vez cobarde?) por quitarse de encima cualquier posible implicación.

Esta sobreactuación en la expresión se ha visto acompañada de una cadena de comentarios y de bulos en las redes sociales, de manera que se esperaba un fin de semana tan caliente que la calle de la comisaría se llenó de furgones de policía en prevención de la guerra anunciada. Sin embargo, no pasó nada y sospecho que no o que no solo por la presencia policial.

Es una paradoja, pero con los medios de que disponemos actualmente, el conocimiento de los hechos parece alejarse. Por una parte, en las redes sociales cada cual dice lo primero que le se le ocurre y los bulos se difunden en lo que se tarde en teclearlos. Por otra parte, la precariedad en los medios de comunicación tradicionales conduce al sensacionalismo y la ausencia de un periodismo de investigación.

Al parecer la chica agredida no era un ángel y tal vez ello invite a algunos a pensar que se merecía el castigo que se le ha infligido. Es un error, la solución a la violencia no está en la respuesta violenta, que sólo conduce a una guerra entre tribus y, además, es una contradicción. Por la misma razón que condenamos la pena de muerte, debemos condenar la violencia. Pero, para evitar la tentación de caer en ella, hay que exigir a nuestros políticos y a las autoridades competentes que garanticen, en el día a día, la tranquilidad necesaria que nos permita deambular por nuestras calles sin la amenaza de ser atacados por ser diferentes.