Cuando cierra un periódico muere un fragmento de nuestra vida. Aquel que está ligado al olor de sus páginas y a tinta que mancha nuestros dedos. A esos acontecimientos conocidos a través de sus redactores, de sus fotógrafos, de quien lo ha impreso, de quien lo ha llevado a un quiosco y de quien nos lo ha vendido. La muerte de un periódico es un primer paso para la muerte del periodismo. Del más clásico y del nuevo. Del que creaba la burguesía naciente para oponerse a los defensores del Antiguo Régimen al de los promotores de la prensa obrera que agitaba las conciencias en las fábricas, en las calles y en las barricadas. El que mezclaba el olor a rapé de los salones de la época con el sudor del miedo en las imprentas clandestinas. Cuando una rotativa se detiene la libertad de expresión es vencida por el poder.

En Alicante acaba de desaparecer, después de más de medio siglo, la edición del periódico La Verdad. El primero que entró a mi casa. En el primero que escribí con tan solo once años. En el primero en el que trabajé profesionalmente como becario de verano y después como periodista, auxiliar de redacción, mientras terminaba en Madrid los estudios en Ciencias de la Información. El periódico en el que puse pasión, desvelos, romanticismo y empuje juvenil para contar lo que pasaba a nuestro alrededor. Con la mirada inquieta con la que todo el que ejerce el periodismo no debe nunca abandonar. El diario en el que conocí a buenos periodistas, que eran buenas personas, como señalaba el maestro Ryszard Kapuscinski.

Paradojas del destino, los ejemplares de la edición alicantina no acudieron puntuales a su cita a los quioscos el mismo día que se celebraba la festividad del patrón de los periodistas, San Francisco de Sales. Qué triste destino el de quienes en estos momentos aún se dejaban la piel para hacer periodismo de provincias.

Periodismo cercano, al cabo de la calle, pegado a la realidad, luchando contra los elementos. Como cientos de profesionales lo siguen intentado cada día, en cada parte del mundo, pese a las adversidades. Aquellas que aplican las propias empresas para los que trabajan, o las que marcan los poderes económicos, financieros, empresariales, políticos? Adversidades de quien trata de imponer la agenda informativa a golpe de amenazas, veladas o no tanto, o de lo políticamente correcto.

No eludamos responsabilidades y olvidemos la cuota de responsabilidad que nos toca como nuevos consumidores de cultura. El pensamiento de Zygmunt Bauman lo resume muy bien, porque somos hijos e hijas de la 'modernidad líquida', que no es otra sino aquella que define un modelo social, el del fin de la era del compromiso mutuo, donde el espacio público retrocede y se impone un individualismo que lleva a «la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía».

Los periódicos son productos de una modernidad que ha dado paso a una nueva época, la de la inmediatez de lo audiovisual, de las redes y de la cultura de lo efímero.

Por eso, cuando muere un periódico, muere una parte de nuestro ser. El reto está en encontrar y descubrir lo que debe renacer de esas cenizas para esas generaciones de reemplazo que precisan de un nuevo periodismo.