Camino ya hacia los 36 tacos y durante este tiempo he experimentado muchas sensaciones. He sido feliz y he sido desgraciado, me he reído a carcajadas y he llorado como una Magdalena, he vivido grandes satisfacciones y he sufrido enormes penas. He conocido el amor, pero también el desamor. Unas veces me he sentido arropado, pero otras en la más absoluta soledad. He saboreado las mieles del éxito a la vez que he probado el amargo sabor del fracaso. He estado eufórico a la vez que deprimido, he admirado a unos mientras que otros me han producido desprecio. He sido leal y he traicionado. He pasado miedo a la vez que en otras ocasiones le he echado agallas. Emoción, gratitud, celos, indignación, impaciencia, soberbia, humildad, sosiego, envidia, deseo, ansiedad, ira, rabia, remordimiento... Todos estos sentimientos han estado en mi corazón, y espero que lo sigan estando por muchos años, puesto que vivir es sentir, para bien y para mal. Sin embargo, hay una cosa que jamás he sentido en mi interior. El odio. El odio feroz que lleva a algunas personas a salir a la calle y pegarle una paliza a otra solo por pensar o ser diferente, como hemos visto este pasado fin de semana en Murcia. ¿Qué se siente al odiar de esa forma? Espero que pase mucho tiempo para comprobarlo.