México sufrió mucho para hacerse al molde liberal del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (en inglés, Nafta) y padecerá que Donald Trump se lo pase por el arco del triunfo electoral. En 25 años de Nafta, México pasó a tener unos cuantos supermillonarios (Carlos Slim llegó a ser la persona más rica del mundo) y también, después de varios tornados económicos y terremotos laborales, casi el 60 % de la población en la pobreza. Los trabajadores estadounidenses empobrecidos votaron a Trump porque prometió que les recuperaría la vida que habían tenido cuando laboraban en empresas americanas que producían en el país. Pasados los discursos, el elegido de la torre dorada con puertas de restaurante chino convierte sus baladronadas en amenaza de arancel.

Gracias al Nafta, el sector automovilístico mantuvo la cadena técnica y empresarial en suelo estadounidense y la cadena de montaje en territorio mexicano, donde solar, salarios y contaminación eran más baratos. (¿Bajó el precio de los coches?). Las empresas se están dejando coaccionar y México no ha sacado la letra pequeña ni la grande del tratado.

Después de un cuarto de siglo de Nafta, Trump concluye que México produce en EE UU delincuentes mexicanos y parados estadounidenses. Como es constructor, se le ha ocurrido la antinomia de levantar un ´muro hermoso´. Los muros se miden por su potencia, no por su hermosura. No hay muro hermoso: ni la gran muralla china. El arte mural se contagia de la potencia del muro y por eso tiende a propagandístico y grosero. Lo más horrible de la ciudad siempre es el muro de la cárcel, tan lucido respecto a los muros interiores. Los muros son ofensivos aunque sean defensivos.

Pocos muros superan en hermosura lo que ocultan. Aunque lo tiene muy difícil, quizá México quiera levantar un muro contra el horror de Trump dentro de unos años.