Después de las noticias del suicidio de una menor en Murcia y el vídeo de una agresión a un alumno en la misma comunidad, el tema del acoso escolar ha vuelto a invadir los medios de comunicación. El acoso escolar en España es un problema difícil de tratar. Para empezar, debemos reconocer que los españoles somos un país bastante inculto y embrutecido. Por ejemplo, tenemos una cultura muy permisiva con el maltrato animal o con las novatadas en las facultades o institutos. Sin ir más lejos, las novatadas en la mili son todo un clásico en nuestras costumbres, orgullo de infinidad de hombres.

Muchas personas niegan nuestros problemas culturales, y me critican muy a menudo por denunciar siempre en mis artículos que España es, en general, un país inculto. Sin embargo, negar la realidad no los hace mejores y, sin duda, no nos ayuda a solucionar los problemas.

Negar la realidad, de hecho, hace que jóvenes de trece años se suiciden. Por eso, para abordar el fenómeno del acoso escolar debemos reconocer esa parte embrutecida de nuestra cultura más rancia y penalizarla. Porque, nunca lo olvidemos, el acoso no nace en la escuela, se ejecuta en la escuela, que es algo muy diferente. El acosador acosa en la escuela, pero también en el parque, en la calle y en cualquier otro espacio.

Así que, al hablar de acoso escolar, lo primero que debemos tener en cuenta es que el acoso es un problema social, no un problema educativo. Es un problema social que afecta al plano educativo.

En cuanto a ese ámbito educativo, lo más importante es la prevención. Los programas de prevención para el acoso escolar hacen que disminuyan considerablemente ese tipo de casos. Para ello, es importante que dentro del horario escolar existan horas dedicadas a tratar problemas en el centro o personales y a aprender a solucionar conflictos. Llámenle educación emocional, llámenle tutoría. En esas clases pueden detectarse problemas y atajarlos con rapidez.

Cuando el caso de acoso ya ha sucedido, lo importante es que la Administración (las consejerías de Educación) intervengan de manera tajante. No digo el centro educativo, porque cada vez los equipos directivos tienen menos poder para sancionar. Ante los casos de acoso demostrados, es importante que el niño acosado se sienta protegido, y que el acosador se sienta asustado.

Sin embargo, curiosamente, en España el niño acosador se siente protegido y el niño acosado tiene que cambiarse de centro. Evidentemente, ese alumno acosador debe ser tratado, pero también debe ser sancionado. Su derecho a recibir una educación gratuita -pagada con dinero público- debería estar en suspenso, ya que no la aprovecha, y los padres deberían comenzar a pagar los costes de su permanencia obligatoria en un centro educativo. No se puede meter al zorro en el gallinero y, además, ponerle una alfombra roja para que se pasee.

Por último, toda la comunidad educativa en su conjunto (padres, profesores y alumnos) deberían ser más intolerantes con ese 'acoso' de baja intensidad, que es el inicio de las agresiones posteriores. Porque en este, como en otras muchas ocasiones, o estamos con los justos o, si nos callamos, estamos con los criminales.