You're fired. Estás despedido. Tres palabras en inglés y dos en castellano que repetían indistintamente los norteamericanos ante cualquier situación en la que fuera medianamente razonable usarlas. Se te ha olvidado hacer la compra. You're fired. Has quemado la pizza. You're fired. Llegas tarde al cine. You're fired. Has votado a Podemos. You're fired.

No es de extrañar que el emblema se hiciera tan viral como las famosas 'insidias' de Rubalcaba a Rajoy tras el debate de hace cuatro años, el «estamos confiantes» de Cristiano Ronaldo o el insuperable «purqué» de Mourinho. Al fin y al cabo, igual que ocurría aquí de manera equivalente con las expresiones anteriores, el emisor del mensaje más viral de los Estados Unidos no era otro que el hombre más admirado y envidiado de toda la Costa Este. El paradigma del sueño americano, el multimillonario casado con la modelo europea del este, el que copaba todas las portadas de la prensa rosa, el dueño de la mitad de rascacielos de cualquier capital de Estado. El entonces inigualable e insuperable Donald Trump.

La transición desde el presentador y protagonista de reality show que despedía a todo aquel que considerara que no tenía madera de ser como él, hasta el ya denominado como 'Trump del muro' ha sido mucho más rápida de lo que podemos imaginar a este lado del Atlántico. Hace apenas unos años el magnate seguía siendo el invitado estrella de las fiestas, el dueño del concurso Miss Mundo, el culmen del glamour o aquél cuyo caché de conferencias rondaba los 10.000 dólares por minuto. Su marca siempre ha sido llevar la excentricidad por bandera y su pesadilla pasar desapercibido. Nada nuevo bajo el sol, como verán.

Podemos reflexionar ahora, a tres días de su toma de posesión, sobre por qué un personaje cuya equivalencia española sólo se me ocurre posicionar en Bertín Osborne va a convertirse en el hombre más poderoso del mundo libre. ¿Querrán los norteamericanos que la Casa Blanca se convierta en la mansión Playboy? ¿Pretenderán que los Secretarios de Estado se sometan semanalmente a nominación y posterior expulsión con llamada del público para salvarles? ¿Buscarán, acaso, que la nueva final de Miss Mundo se celebre en las escaleras del monumento a Jefferson? Parece que si confiamos un poco en el sentido común de los americanos (esos cuya nación lleva siendo líder indiscutible a nivel político y económico desde hace incontables décadas) la solución a nuestra pregunta, esa que tantos medios de comunicación y opinólogos televisivos llevan haciéndose desde el 8N, debe ser algo más compleja de lo que nos planteamos.

El problema es que bajo el paradigma europeo todo es inexplicable. La era Obama es esa maravilla con la que nos bendijeron los cielos hace ocho años y que jamás podremos volver a repetir, Hillary Clinton, la candidata mejor preparada de la historia, EE UU en una posición inigualable. Nadie se explica cómo es posible que tras el mandato del Obamacare, del acuerdo nuclear con Irán y del deshielo de las relaciones con Cuba, los norteamericanos hayan decidido flagelarse y adoptar al multimillonario faltón frente al reciente idealista carismático.

En nuestra mente, debido en gran parte al sesgo ideológico y al deseo personal de la mayoría de corresponsales políticos patrios en EE UU, la dicotomía de la votación se sustentaba entre el misógino, racista e inexperto frente la mujer líder, preparada y ambiciosa.

Ante el rechazo de la evidencia electoral a tan clara elección (equivalente a plantear «¿está usted a favor del bien y en contra del mal?») la explicación más sencilla que los comentaristas otorgan a tamaña aberración es que hay un sector de la población americana que es tremendamente racista y misógina. Que si un ciudadano de Pensilvania vota a Trump el motivo debe ser su rechazo total al empoderamiento femenino o que odia a su vecino mexicano. Este primer argumento, cargado de una profundidad de raciocinio sólo comparable a «es que al PP sólo le votan los ricos» tendría sentido si no fuera porque en las últimas elecciones hubo lugares en los que Obama había arrasado previamente que ahora han votado con fuerza a Trump. Esa América que los opinólogos caracterizan como racista pero que sin embargo lleva dos elecciones consecutivas haciendo presidente a un hombre de raza negra. La metamorfosis del mismo votante que en cuatro años ha pasado de ser un idealista comprometido a un racista sin escrúpulos. Curiosa sociedad la norteamericana planteada por nuestros medios.

Si sobrepasamos este planteamiento tan maniqueo veremos que hay una realidad detrás de este constructo. Tanto del 'Trump del muro' como del Obama de la sonrisa. Podremos observar cómo los ciudadanos de lo que denominamos la 'América profunda' han perdido poder adquisitivo en estos años, cómo la violencia policial contra los negros se ha incrementado, las relaciones internacionales han estallado. Cómo dos concepciones tan arraigadas en la cultura del país como son el apoyo a los disidentes cubanos y al aliado Israel han desaparecido en los últimos meses de un plumazo tan unilateral que cualquiera diría que Obama es la envidia de la democracia mundial. Cómo, al final, el que se presentó a unas elecciones diciendo que podría (Yes, we can) se fue por la puerta de atrás con el voto de sus propios electores a aquél que significa lo diametralmente opuesto a sus valores.

¿Y cómo se conjuga todo lo anterior? Pues porque es verdad que el ya inminente presidente ha hecho declaraciones machistas y racistas inexcusables durante esta campaña, pero no es menos cierto que los americanos creen conocer al señor que dice you're fired los jueves por la noche en el televisor de sus casas mientras cenan. Que su hija Ivanka es una mujer de negocios de éxito, empoderada por él desde su nacimiento por encima de sus hermanos varones. Que comercia con ciudadanos de todos los credos y nacionalidades. Que su imperio se construyó desde la práctica nada. Que es un genio de los negocios y ha creado tantos puestos de trabajo como sueños tiene América.

No sabemos qué hará el Trump Presidente en estos cuatro años, pero eso a los americanos les ha dado igual. Ellos sólo querían votar al Donald que despedía concursantes, pero esta vez con una salvedad. El presidente electo de los Estados Unidos de América no lo es por machista, por misógino, por racista o por excéntrico. Lo es porque ha sido el único que ha entendido que lo que la sociedad americana demandaba él lo llevaba repitiendo desde 2004 en prime time: Obama, you're fired.