Ha sido un éxito la idea de Javier Lorente, pintor y escritor, apoyado por Santiago Delgado, hombre sin pereza a la hora de sacar adelante el honor de la palabra y el arte, el proyecto de homenajear a Cervantes en este momento histórico de referencia en su biografía con la exposición Cautivo de la hermosa herida, en la que han participado, todos a una sobre textos cervantinos, treinta artistas plásticos e igual número de escritores que han versionado la obra de nuestro genio por excelencia.

La exposición está abierta en el Museo Arqueológico (antigua Casa de Cultura) de la capital. La iniciativa, en su dificultad, ha sido acogida con interés por la consejería de Cultura de la Comunidad Autónoma e incluso se han puesto en marcha otros movimientos para un inminente futuro a favor de la memoria de Cervantes. No es fácil en estos momentos, de escasa condición presupuestaria, conseguir determinados apoyos económicos en la Administración pública no tanto la participación numerosa de los creativos que siempre andan dispuestos ante una oferta de difusión de sus trabajos; la cooperación, en tal sentido, estuvo y sigue estando garantizada.

Todos, además del niño rebelde que llevamos dentro y nos grita, acunamos un Quijote en nuestras entrañas; nos gusta elevar nuestra protesta o nuestra solidaridad linchando al malvado que campa por sus terrenos y respetos sin adversario posible. Esta es la hermosa llamada de atención generalizada; la reacción popular al encatamiento cervantino y el acercamiento a sus personajes inmortales.

Y de tal impacto ha sido la convocatoria que de forma individual han nacido propuestas de adhesión al movimiento. Una de ellas que conozco de cerca, la del filólogo Juan Antonio Quiles, doctor por la Universidad de Murcia, es la de echarse al camino a dar la vuelta al mundo, andando, con un Quijote debajo del brazo contando lo que ocurre en nuestro país, la tierra de Cervantes; lo que le ocurre a nuestra juventud, a nuestros profesionales de la cultura; ese riesgo evidente de inacción, de inanición, de precariedad que carateriza a la sociedad española cuatrocientos años despues de la sembradura de don Miguel.

No sé por qué, o tal vez sí, siempre hay una convulsión personal en los resortes del alma de echarnos a andar al camino, a contar, a abanderar nuestros amores quijotescos.

Como mi corazón, a estas alturas, no está para desgarros y esfuerzos de primera página, la ilusión fraternal con la vida de nuestra gloria nacional, la comparto libremente con la valoración de nuestro idioma castellano; y escribiré sobre el Siglo de Oro de nuestras letras para acallar y apagar fuegos de otras lenguas de menor raíz y menos trascendencia; sea cual fuere la esquina desde donde las miremos. Reivindicar a Cervantes y a la lengua castellana es una misma cosa.