Supongo que cuando leáis esto ya estará bajando poco a poco el volumen de chistes sobre Carrero Blanco que han inundado internet. Se multiplican desde la actuación de la Fiscalía de la semana pasada contra la tuitera cartagenera. En el momento en que escribo estas líneas, todavía no remansan; lo último que acabo de ver en facebook es un meme con un fotograma de un coche en el aire y la frase «He de irme. Mi planeta me necesita».

Parece evidente que a algunos en el poder judicial les ha salido el tiro por la culata, pero también es obvio que no les queda otra que tratar de ponerle puertas al campo. Si el objetivo es el punto final, ese mantra histérico del ´pasar página´ con que nos ametrallan, la única manera es acallar por lo penal el runrún donde quiera que éste se produzca, medios, redes, artes o hasta simples camisetas. Si la tipología de siempre contra la libertad de expresión no alcanza, si lo de las injurias a la corona o los diversos enaltecimientos no es suficiente, siempre se puede promover nuevas leyes mordaza. Cuarenta años después, la Santa Transición sigue necesitando sus trágalas.

Contrasto todo esto con algo que recién me está pasando. En diversos grupos de whatsapp veo reproducirse materiales protofascistas, de corte xenófobo y confección oligofrénica: la historia de no sé qué alcalde andaluz que se niega a retirar el cerdo del comedor del colegio (sic) ante la ofensiva islámica contra nuestras tradiciones (si, sí, sic); la fábula de una madre magrebí que le enseña a su hijo a aprovecharse de todos los españoles «y si se quejan es racismo», etc. Las difunden personas normales y corrientes, conocidos míos de toda la vida. Gente culta, incluso, con educación universitaria pero reacia (hasta ahora) a manifestarse políticamente. Podrían perfectamente tener una asistenta ecuatoriana o ucraniana, y sin duda consumen productos del campo murciano recolectados por magrebíes. Se oponen en general a Trump y al Brexit y, sin embargo, todo su raciocinio crítico se desconecta al leer estos microtextos, donde tres de cada tres palabras contienen mentiras, manipulación y/o faltas de ortografía. Y es verdad que es muy fácil desmontarlos, contestar alguna frase no necesariamente iracunda que revele el absurdo que proponen, pero no siempre lo hacemos. Es seguramente más fácil callarse y ahorrarse problemas. Pues bien, ese silencio es lo único que necesita el odio para extenderse. Ese silencio no siempre malintencionado es primo hermano del que envuelve las muertes en el Mediterráneo, la congelación en los campos de refugiados de la frontera este, los niños desaparecidos en el corazón de Europa, el tiroteo de subsaharianos junto a la valla sur.

Estos días en que se habla tanto de la perspectiva macro de la política, y del populismo, y del repliegue identitario y se abusa hasta tal punto de forma implícita o explícita de un concepto que creíamos superado, como es ´masa´, igual no es mal momento para pasar a modo micro, y contestar en voz alta que eso de masa no me lo llamas tú en la calle, y tal vez ejercer esa bonita libertad de no permanecer en silencio (ni delegar en superiores) al cruzarte con formas cotidianas de lo miserable. Diga o deje de decir la señora Fiscalía lo que le venga en gana.