Los saleros son tesoros. Objetos de deseo. Son un ente de cosa que vive en el margen, no sólo de lo que sea legal o no lo sea, que eso sería verlo de una forma absolutamente irreal, los saleros están en un limbo entre lo curioso y la elegancia con la que actúa quien los pierde continuamente. Hay algo romántico en dejarse robar el salero, en saber que hoy van a desaparecer saleros, porque la gente se los lleva como algo casi propio, es un verso suelto de la cleptomanía, originado en los sobres de azúcar. Quién no ha estado en casas donde el azúcar son sobres de bares de todas las provincias y bares de carretera del país entero€ Los sobres de azúcar no tienen el estatus del salero. El salero tiene salero. Nadie se lleva un salero feo, viejo, oxidado, sencillo. No. El salero que se va contigo es un salero con salero.

Y los hay con tanto salero que luego incluso se buscan para comprar o regalar, los hay, sí, los hay que hasta nadie es capaz de llevárselos porque son saleros con arte, como uno en Nueva York, tentación enorme, pero que allí dejamos, que no sabemos si la Ley del Churra está vigente en Brooklyn.

Pero entre unos y otros hay saleros que se cuelan en bolsos y bolsillos de chaquetas, saleros que juegan un día en un comedor gigante entre camareros y cientos de comensales y al día siguiente se retiran a un frutero de cocina, adoptado por una familia sencilla. ¿Cuántos saleros se llevan al día de El Churra? Es una pregunta incómoda, porque lo saben todos. Una pregunta que aún no he hecho, pero que haré el próximo día. Quizás ni tenga que hacerla.

Hay que reponer saleros, pero eso es porque los clientes vienen. Si no vienen clientes los saleros estarían oxidados. Que cada Navidad haya un modelo de salero distinto es elegante para El Churra, lo hace grande, saleros innovadores, saleros que se llevan los comensales contentos y agradecidos€ «Que se lleven los saleros, pero que paguen las quisquillas», vaticino yo que podría ser el enunciado de la Ley del Churra, y la de tantos otros, que yo hablo de El Churra, uno de esos restaurantes donde nunca jamás he comido peor que muy, muy, muy bien, y donde los saleros son el termómetro que nos dice que, año tras año, todo es incluso mejor que el anterior. ¿Cómo son tus saleros? Vale.