Putin no para. Cuando no está bombardeando hospitales de civiles en Siria, o quedándose con territorios ajenos como en Ucrania, se dedica a liquidar enemigos molestos con plutonio, fulminar periodistas molestos, asesinar opositores políticos o ayudar a su amigo Trump a ganar las elecciones, jaqueando los ordenadores del Partido Demócrata y poniendo en evidencia el horrible delito cometido por Hillary Clinton, consistente nada más y nada menos que en utilizar un servidor privado para enviar correos de contenido oficial.

Pero no es solo eso. También resulta que tiene cogido por las partes pudendas al supremacista Trump, devenido presidente de la mayor potencia nuclear del planeta, que contrató, por lo visto, a varias meretrices para que miccionaran en la cama que habían ocupado los Obama en la suite presidencial de un lujoso hotel de Moscú. Y todo ello por el placer de hacer escarnio de la pareja presidencial de negratas que había ocupado la misma suite un tiempo antes y ocupaba en aquella época, de forma espúrea a los ojos de Ku Klux Trump, la Casa Blanca. Y claro, como cualquiera que haya visto películas de espías sabrá, y en esto recomiendo la excelente serie The Americans, si eres alguien y haces cochinadas a tiro de los esbirros de Putin, te van a grabar para hacerte chantaje sí o sí.

Lo que más risa me da de este asunto de Trump y Putin, es que la Ley de Godwin también podrá aplicarse a partir de ahora a las ruedas de prensa del presidente americano número 45. Según esta ley, más bien un inteligente enunciado sobre la interacción social online proclamado por Mike Godwin, experto de la Electronic Frontier Fondation, «a medida que una discusión se alarga en internet, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno». Existe una tradición no escrita en los foros de internet, pero universalmente aceptada, de que un hilo de discusión se da por terminado y se da por perdedor al primero que haga una mención a Hitler o a los nazis para rebatir un argumento.

No tardó ni diez minutos Donald Trump, subproducto de desecho de la era online, en mencionar a los nazis en su primera intervención en una rueda de prensa como presidente electo. Este es el tipo de respuesta que un troll como Trump dará siempre a cualquier pregunta que tenga que ver con sus dudosas actividades, cada vez más manifiestamente inmorales y seguramente delictivas.

Pero volviendo a Putin, probablemente este siniestro personaje se ha pasado también de listillo. Porque toda su estrategia de manipulación mediática para sofocar las críticas y ganar adeptos entre la población rusa se ha basado en los últimos cinco años en denunciar la conspiración norteamericana contra él y contra la nación que preside, que es prácticamente lo mismo en la visión retorcida de cualquier nacionalista. El problema es que, igual que los cubanos se quedaron sin excusa ante el levantamiento parcial del bloqueo norteamericano, Putin va a dejar de tener excusas para justificar su pobre desempeño en la economía en general y en la geopolítica en particular, por muchos hospitales que bombardee o victorias pírricas que consiga.

Este personaje, que tantas esperanzas despertó en su país y en Occidente, y que a punto estuvo de convertirse en icono de la comunidad gay tras sus espectaculares apariciones a lomos de un caballo con el torso desnudo, es ahora el representante egregio de una pandilla de populistas sin escrúpulos que amenaza con amargarnos la vida de los ciudadanos de los países democráticos en los albores del siglo XXI, y devolvernos al mismo marco histórico, terrible y sangriento, que asoló el mundo justamente hace un siglo. Ya que no podemos contar con que nos defiendan, una vez más, los soldados norteamericanos, confiemos en el liderazgo alemán y en Angela Merkel, la pequeña hobbit, para detener las hordas de orcos putinescos que nos amenazan desde el Oriente.