Que no cunda el pánico. En los lúgubres pasillos de los hospitales murcianos está prohibido disparar. Muy probablemente, porque no haga falta. Se mueren solos sin necesidad de que escuchen ningún clik. Sanidad, con muy buen criterio, ha prohibido fotografiar a los pacientes hacinados en los corredores. Nos vetan tomar imágenes y ellos nos toman el pelo y lo que sea preciso. La prohibición de realizar instantáneas ha sido instantánea, intestinal y estomagante. Todo lo contrario del resto del proceso de consultas y tratamiento médico, que se eterniza en el tiempo para comprobar la fortaleza y la paciencia de los sufridos usuarios. Manejan como nadie el bisturí para recortar no sólo en médicos, enfermeras y resto de personal sino en recursos materiales y ahora también en derechos, pues se piensan que, con la tijera de la censura, el problema desaparece, desenfocando la realidad.

Apenas ha asomado la gripe sobre el escenario, el sistema sanitario murciano se colapsa, como se infartan otras vías cuando caen cuatro gotas. A la menor necesidad (que ríete de lo que será la gripe o las lluvias en Castilla y León) la Región se paraliza y nos sitúa en la enfermería con unos claros síntomas que lucen más que un flash: faltos de personal, inversión y previsión. El diagnóstico no puede ser más grave y es fruto de la acción quirúrgica sobre los servicios básicos. El único objetivo que se quiere abierto es el de reducir costes, disparando sin ton ni son sobre nuestras cabezas.

Bien es verdad que siempre hay películas más terroríficas por mucho que la nuestra nos lleve al alarido y al sudor frío, como es el caso de la terrible escena que conforman los miles de refugiados que intentan entrar por el norte de Europa, abrasados por la nieve. Una imagen congelada que también nos quieren hurtar, pero que llevamos tan dentro como la dignidad que debe acompañar a todo ser humano. Nadie debería ser expulsado a la intemperie por muy gripado que esté el sistema.