El periodismo debe esperar a ver qué ocurre». Desde que José Jiménez Lozano, el sabio premio Cervantes de 86 años, me confió esta reflexión hace unos meses en una entrevista, no la he olvidado un solo día. No me dio muchas más explicaciones, pero creo haber entendido el significado. Serenidad ante la crisis de la prensa, confianza y valentía para superarla. Esas son algunas de las ideas que me sugieren esas palabras y que, me temo, deben ser suficiente para luchar contra la dictadura de los números. Según el Libro Blanco de la Prensa Española, la facturación del sector ha caído casi un 40% en los últimos quince años, el beneficio se redujo más de un 80% y ya se hace necesario utilizar los prismáticos para observar el último gran ejercicio económico: 2007.

Frente a la desesperanza y el derrotismo, el mensaje de Jiménez Lozano se reencarna en apuestas como la del rotativo americano The Whashington Post, que en 2016 ha dado un paso de gigante hacia un modelo sostenible. Entre las claves del éxito figuran algunas presumibles „innovación, experimentación, diseño de productos publicitarios acorde a las necesidades de los clientes„ y otras realmente sorprendentes para un sector cruelmente castigado por la crisis. El veterano diario, que logró batir tanto a sus adversarios de siempre como a los nuevos medios digitales, ha confiado su futuro€ a los propios periodistas, contratando a más profesionales. Y lo seguirá haciendo en 2017.

¿Y por qué? En el llamado periodismo global reside la explicación. Inversión en periodistas que investiguen y lleven al lector grandes historias, informadores que rompan las barreras de los formatos y que naden a su gusto ya sea confeccionando un vídeo o elaborando un podcast de radio. Porque esta angustiosa situación nos ha traído de paso una oportunidad: ya no somos de prensa, radio o televisión€ somos de todo, «todoperiodistas». Así es el mundo digital que también está echando abajo las jurisdicciones territoriales: hoy en día la prensa local cobra más valor que nunca porque, no solo es imprescindible para informar al que tiene más cerca, sino que también genera historias humanas que crecen y se hacen universales en las redes sociales.

El soplo de aire fresco del The Washington Post también, sospecho, añade una obligación: la necesidad de pasar de periodistas a comunicadores. Ya no basta con emitir el mensaje, debemos dar un paso más y preocuparnos por cómo llega y qué reacción produce en el receptor. Como el chef que abandona un instante la cocina para preguntarle a los comensales si lo que ha preparado con mimo ha sido interpretado como tal. Y hoy eso se puede hacer.

El nuevo periodismo valora más que nunca el compromiso con el trabajo. Un desafío duro, mayúsculo, que exige generosidad y, que al tiempo, la premia. Porque, y esto se lo escucharán a cualquier colega, como este oficio no hay otro.