Hace más de dos años que no miro a mis hijos a los ojos ni los abrazo porque me da vergüenza, porque he fracaso ante la vida, les he fracasado. Cuando tenía un trabajo todo era alegría, con los sobresaltos normales de la vida, y los abrazaba y los miraba con orgullo. Ahora, que llevo más de tres años en paro y sólo les puedo dar miseria, ni siquiera voy a poder mantener esta casa, me la va a quitar el banco, soy incapaz de mirarles abiertamente, les hablo con los ojos mirando al suelo y avergonzado de haberles decepcionado. No les puedo dar ningún futuro". (Un trozo de una conversación con un padre inmerso en un proceso de desahucio)

Los ojos son la expresión de lo que realmente sentimos, pensamos, expresan todo aquello que en ese momento estamos viviendo, son, incluso, la expresión de nuestros valores, del sentido que le hemos dado a la vida, a nuestra vida, son la expresión de lo que sentimos por los demás, desde el amor hasta el desprecio más absoluto por el otro, por los otros, son la expresión de nuestro código ético, sí, de nuestro código ético, porque todos vemos las mismas situaciones, las mismas realidades, las mismas atrocidades, los mismos gestos de humanidad y ante esas misma realidades tenemos miradas de indiferencia, de eso no va conmigo, de afirmación que el sufrimiento de esa gente no nos debe conmover y verlos como una amenaza o de comprometernos. En definitiva, nuestras miradas reflejan cómo somos, cómo vivimos y cómo queremos vivir.

Precisamente, en estos días pasados de fiestas navideñas en nuestro entorno, las miradas de las personas formaban un conjunto muy diverso: había miradas alegres, de satisfacción, de soberbia, miradas llenas de cariño y ternura, miradas que justifican las guerras y las injusticias, hay miradas que conmueven porque expresan solidaridad y esperanza. Veamos algunas miradas que expresan un comportamiento, una manera de entender la vida, una manera de cómo vemos el futuro y la sociedad que queremos construir.

Hay miradas que expresan un rostro de derrota y fracaso, personas que soñaron con grandes proyectos, con darles un futuro a sus hijos para que fueran importantes en la vida, que buscaban el éxito, que se creyeron que ese éxito se cifraba en tener y en consumir. Rostros que reflejan el miedo y la vergüenza, miradas perdidas, sin saber adónde ir, deambulando por la vida, miradas fijas hacia adelante porque no quieren ver a nadie, que nadie les pare y les pregunten cómo van, pues ¿qué les van a responder? Rostros de los parados, de los trabajadores en la economía sumergida, de los que van a perder su vivienda, los que no llegan a fin de mes, los que dicen a sus hijos que no pueden ir de excursión con su compañeros porque no tienen los cinco euros para pagar lo que les pide el maestro para ir, los que te pedían diez euros unos días antes de los Reyes Magos para poder comprarles algo a sus hijos en los chinos.

Hay miradas que expresan un rostro de perdonavidas. Personas que creen ciegamente, y nunca mejor dicho, en que la vida es un campo de batalla y que si no vences, te quedas atrás, donde si no pisas, te pisan. Miradas que expresan que ven a las personas como rivales, como competidores, siempre hay que estar alerta, en tensión, no se puede bajar nunca la guardia. No se puede hacer nada que no sea eficaz y que no tenga algún tipo de rentabilidad. Rostros que reflejan que la vida es subir, aspirar siempre a un puesto o una situación que suponga más dinero, poder y relevancia social. Miradas que reflejan a personas para las que todo vale en la vida para conseguir esas metas, personas que quieren ser los mejores, dejando a los demás atrás. Rostros de los ejecutivos, de los inversores, de los especuladores, de los banqueros, de los grandes empresarios, de los acaudalados, de las élites sociales.

Hay miradas narcisistas que expresan que están por encima del bien y del mal, que pueden mentir, manipular, engañar, coaccionar, chantajear, que hagan lo que hagan está muy bien por el mero hecho de hacerlos ellos. Son miradas de dominación, de control, de ambición, de mando. Son los políticos corruptos, los no autocríticos y los que se legitiman y se justifican, los que aspiran a ser algo en los partidos políticos, en los sindicatos y en cualquier organización social.

Hay miradas que expresan reproche, de sentirse perfectos y buenos, lo cual les da el derecho a juzgar. Son miradas de tener siempre la conciencia tranquila, que Dios les pertenece, miradas de compararse y sentirse superiores y mejores. Son las miradas de los beatos y beatas, de los que consideran a Dios de derechas y al servicio de la avaricia y de la guerra.

Hay miradas que reflejan el poder y el autoritarismo, miradas que exigen la obediencia sin preguntar, la sumisión como valor y principio ético. Miradas que te dicen lo que tienes que hacer, mientras ellos se caracterizan por el incumplimiento y la incoherencia. Miradas que reflejan que tienen el poder de condenar y castigar y un poder para recompensar, de decir lo que está mal o está bien, cómo tiene que ser tu vida, cómo se puede hacer algo o sencillamente no hacerlo. Son las miradas de muchos religiosos y religiosas, de bastantes sacerdotes y con mucha frecuencia de obispos.

Hay miradas que reflejan la soledad, los golpes de la vida, la pérdida de la esperanza, la pérdida de un ser querido, miradas que reflejan la dureza de la vida, la incertidumbre, el fracaso de un proyecto personal, social, de pareja? Miradas llenas de dolor, de amargura y tristeza, vacías de sentido, miradas que expresan tanto dolor que no reflejan nada, sólo frialdad, todos tenemos en nuestra retina ese niño sirio en una ambulancia, herido, que no lloraba, que no gritada, sencillamente en silencio, un silencio que te rompe y te sobrecoge ¿Cuánto habrá tenido que sufrir esa criatura para no expresar nada?

Pero también hay miradas que expresan el amor, la amistad, el sentirse acompañado en la vida, que no estamos solos, miradas que expresan el te quiero recíprocamente, miradas que irradian la bondad, la ternura, la comprensión, miradas que de alguna manera te abrazan, ter acarician, te alivian y te consuelan y te ayudan a levantarte y volver a vivir de nuevo. Hay miradas de tanta hondura y profundidad, de honestidad y de fidelidad, de credibilidad, porque han vivido el dolor en carne propia y esas personas han sabido vivir esos momentos con dignidad, coraje y esperanza, sin odiar, sin rencor o personas que se han acercado a esos lugares y situaciones donde la gente sufre, miradas llenas de vida y gratitud por lo que han vivido, por lo que han luchado, por las veces que piden perdón y se reconcilian.

No quiero vivir con los ojos cerrados, con el corazón que no sabe escuchar el lamento de la gente, de aquí y de allí, sabiendo que la vida te deja cicatrices y heridas profundas, pero hay que vivir con intensidad, con abundancia en valores como el cariño, el respecto, el estar sin más, el no dejar nadie atrás, no dejar de querer a las personas. Tal como vivamos serán nuestras miradas. Una pregunta que nos tenemos que hacer, incluido yo, por supuesto: ¿Cómo es nuestra mirada?