Según el sentir popular, los médicos y los enfermeros españoles, hombres y mujeres, son de los mejores del mundo. Y es cierto. La preparación universitaria de nuestros médicos y de nuestros enfermeros es, por norma general, muy superior en calidad, y en años, a la de médicos y enfermeros de otras partes del mundo. Pero, además de toda esta preparación teórica, nuestros médicos y nuestros enfermeros están tremendamente preparados gracias a su experiencia en el campo de batalla.

Trabajar en un hospital español hoy en día es como trabajar en un hospital de campaña de la I Guerra Mundial: enfermos tirados en camillas por los pasillos, pasillos repletos de gente que grita de dolor, ancianos anclados a sillas de ruedas por falta de camillas, niños llorosos, colapso en la sala de urgencias, falta de personal, horas y horas de espera, suciedad, comida precaria, televisión de pago, etc.

Por si todo lo dicho anteriormente fuera poco para poder desarrollar una profesión decentemente, los médicos y enfermeros españoles deben enfrentarse cada día a agresiones o insultos por parte de pacientes o familiares de pacientes. El año pasado, por ejemplo, las agresiones a médicos aumentaron un 5%, alcanzándose un total de 361 agresiones. Es cierto que cuando a uno no le atienden correctamente le asaltan unas ganas enormes de darle una ristra de collejas al primero que se encuentre, pero muchas veces esa ristra de collejas va mal dirigida. Es verdad que hay médicos y enfermeros que caminan por los pasillos como si se hubiesen fumado treinta porros, importándoles un carajo si hay más o menos enfermos. Sin embargo, también es cierto que la gran mayoría de nuestro personal sanitario es tremendamente eficaz y profesional y está más cansado que usted y que yo de los recortes que están sufriendo. El problema, por tanto, de la sanidad española no es la calidad de nuestro personal sanitario; es la falta de personal y la pésima gestión.

Las salas de urgencias se colapsan porque los pacientes saben que es el único lugar donde van a ser atendidos a tiempo, ya que las citas para ciertas pruebas pueden tardar más de un año, lo que puede suponer la muerte de cualquiera. Es cierto que hay personas que abusan de esas emergencias, pero basta con sancionarlos para que se les quiten las ganas de seguir colapsando las urgencias de hospitales por auténticas minucias.

Por otro lado, según el Tribunal de Cuentas, el rescate bancario ya ha costado a las arcas públicas 60.718 millones. Es lo que se conoce como «tú asesina que nosotros limpiamos la sangre». Con 61 millones de euros se pueden mejorar muchísimas cosas en nuestro país. Gastar dinero público, suyo y mío, en el rescate a entidades privadas es un fraude a los ciudadanos. Ahora, a cambio de todo ese dinero que les hemos dejado, habría que exigirles a los presidentes y directivos de todas esas entidades bancarias que se acerquen a los hospitales a echar una mano, a limpiar los orines de un pobre anciano que no puede disponer de la atención necesaria por culpa de la falta de personal, o que se lleven a sus enormes mansiones a todos esos abuelos tirados en camillas por falta de camas, o que trasladen en sus lujosos coches a enfermos que no pueden ser trasladados por falta de ambulancias. O, como mínimo, que devuelvan todo el dinero prestado con intereses y cláusulas abusivas. De lo contrario, ellos, junto con los políticos que lo consienten, son culpables de todas las posibles muertes causadas por los mal llamados 'recortes'.