No sé si será demasiado exagerado asegurar que seguimos sin Gobierno. Pero es lo que parece. Tal vez sea un impresión inducida por el síndrome 2016, un año en el que todo estaba como suspendido: había Gobierno, sí, pero provisional, en el fondo la situación ideal de cualquier Gobierno, sobre todo cuando, como ocurrió con el de Rajoy en el intervalo entre el 20D y el 26J, se negó a ser controlado por el Parlamento, pero no dejó de tomar decisiones. Era como una Dictadurilla: gestión pública sin control democrático.

Pues bien, ya tenemos Gobierno. Qué alegría. Pero si atendemos a la superficie que la prensa escrita dedica a la política y al minutaje de los medios audiovisuales casi que parece que estamos todavía, ya metidos en 2017, en stand-bay. Y es que se habla más, mucho más, de los partidos que del Gobierno propiamente dicho. Tras el Gran Parón de 2016 viene ahora la resaca de tanto descacharramiento partidista producido por los esfuerzos para actuar con coherencia haciendo, en cada caso, lo contrario de lo que ésta habría exigido. Tras la larga orgía de despropósitos, las cuatro principales fuerzas políticas se ven obligadas a entrar en bóxes. Y ahí están. No las llamemos para solucionar problemas de la gente; están intentando solucionar los suyos propios. Esta vez no será cosa de todo un año, pero la operación de repuesto se va a alargar durante todo un semestre. Que nadie espere algo que tenga que ver con los asuntos generales largamente aplazados hasta después de junio, y ya sabemos que después de junio llega el verano con su Tour y sus siestas. Hay Gobierno, por fin, pero seguimos en la lógica interna de los partidos, ahora en reconstrucción. Por tanto, silencio, se rueda.

Tomó la delantera Podemos, cosa lógica porque la adolescencia es siempre convulsa y estertórea, y este partido se debate entre ser el PSOE del siglo XXI o regresar a la izquierda del siglo XIX, aunque tuitera y con neologismos adaptados. Su conflicto es interior, como dejan en evidencia a cada instante: están a la busca de su ser, y mientras tanto hablan bien poco de lo que nos atañe a todos. Por su parte, Ciudadanos, partido estructurado desde una mesa camilla, está ahora atento a formalizar una apariencia de figuración democrática con la que engullir las consecuencias de su crecimiento sin que esto trastoque el estatus original. En realidad, el virus es inevitable: se crea un partido desde arriba, pero para que alcance sus objetivos debe abrirse y expandirse, lo que significa que ha de dar lugar a la democracia interna, de modo que su congreso estará enfocado a evitar ese riesgo. En cuanto al PSOE, está en un sinvivir, pues alguna vez creyó que era la izquierda hasta que el PP fagocitó sus políticas, en el punto de que los dejó sin alma y sólo tienen como causa para oponerse la grosería de la corrupción del adversario, factor que se constata como poco efectivo si en todo lo demás no hay diferencia más allá de la retórica. Los socialistas carecen de cabeza, que es lo principal en un partido según la lógica mediática, pero lo grave es que las que hay a la vista para la reposición producen desazón y abatimiento, pues no traen ni una sola idea y generan más rechazo que entusiasmo. En cuanto al PP, está en modo bucle, atado a la sentencia taoísta de no hacer para que todo se haga, en indudable espera de que su posición resista por la confusión ajena.

Después de un año sin Gobierno, nos adentramos en un semestre de sólo partidos. Política narcisista ajena a las demandas generales. Todo suspendido, menos la monotonía autista.