Fina y Mari Carmen charlan sobre la vida un domingo de finales de otoño, casi invierno. Acaba de comenzar la tarde a los pies de la Sierra de Moratalla, junto al río Alhárabe, bajo pinos mediterráneos y sombra fresca pero agradable. Sus brazos descansan sobre los vértices de un jacuzzi sideral, de plástico brillante, color verde bosque, construido junto a una vieja rulot de película veraniega española de los setenta y a una tienda de campaña con porche de color azul y ventanucos de plástico. Una mesa sin recoger se atisba al entrar al hueco que forma la parcela compartida. Sobre todo hay calma en el semivacío Camping de La Puerta, fuera de temporada. Las burbujas de agua salada reverberan en el silencio de la pinada y hacen que la conversación fluya lenta entre minutos de mil segundos en los que da tiempo a cerrar los ojos y rozar el agua caliente con la punta de los dedos.

Se apoyan sobre las esquinas del cuadrado, perfectamente situadas con el agua rozándoles los lóbulos de las orejas. Apenas pueden percibirse los hombros, y mantienen una ligera elevación de la barbilla que les sirve para apoyar la cabeza en el aparentemente mullido borde cubierto de plástico. Durante tres, cuatro o cinco minutos de esos de mil segundos no puedo dejar de observar la escena sin poder quitar la vista de aquel oasis kitsch. Las preguntas se agolpan, caen de los pinos como si fueran titulares de prensa€ ¿Quién tuvo la idea? ¿Quién construyó esta cosa maravillosa? ¿De dónde sale el agua? ¿Cómo se crean esas burbujas? ¿Hay cables? ¿No tienen frío? ¿Qué han comido? ¿Trabajan mañana? ¿Y pasado? ¿Quiero estar ahí?

Después de un rato de inevitable observación sin pudor alguno y consciente de que las así llamadas por mi sencilla imaginación Fina y Mari Carmen no iban a percatarse de mi presencia dada su absoluta inhibición en la charla de sobremesa en el jacuzzi casero del camping, mis pies me llevaron algo más cerca y entonces las dos miraron. Fue una mirada de playa nudista. De quien domina la situación en un surrealismo como si fuera el autor material de aquel cuadro quien te estaba mirando con absoluta naturalidad. Lo eran. Podría haber pasado un chato murciano de oro volando y cantando ´La Parranda´, que nada hubiera cambiado aquella escena sumida en una inusitada cotidianidad.

Tuve que apartar la mirada y seguir mi camino justo cuando parpadearon. «Buenas tardes€» les musité, como quien da los buenos días a un caballero en el paseo marítimo y fuera lo más normal del mundo. Fina y Mari Carmen siguieron con su tarde de domingo en el jacuzzi de plástico verde en medio del monte, en medio de un camping, con la mesa sin recoger, rozando con las yemas de los dedos el agua caliente burbujeante, y yo, me volví a Murcia con aquella imagen guardada para siempre. Vale.