Como en todo buen día de Reyes que se precie gané al Monopoly. Vuelvo a ser el rey de la construcción. Bien es verdad que primero amasé dinero con las estaciones del ferrocarril y con las compañías públicas. No hay nada como hacerte con una subcontrata relacionada con el ferrocarril y más si la vía te conduce a Murcia. El negocio es redondo para mí pues está garantizado que dará muchas vueltas antes de llegar a destino. Cuanto más se dilate la inauguración más dinero y no hay miedo a que la obra no incluya el soterramiento pues la opacidad de toda la operación está garantizada. Menudo cuatrero estoy hecho. Venga a pagar el resto de jugadores por recalar en mis estaciones fantasma. Tampoco se me dio mal tener en mi mano las cartas de las compañías eléctricas, gas, agua y telecomunicaciones. No hay mayor negocio que privatizar los servicios públicos esenciales, que los demás tengan que pagar una fortuna por los suministros básicos. Como cada uno de enero, además, sube la factura por mucha cara dura que eche. A nadie se le ocurre ya colectivizar lo que tan pingües beneficios reportan a unos pocos. Sólo se nacionaliza lo que produce pérdidas. Euro a euro, mi bolsa se fue llenando, presto para quedarme con la ciudad. Con el resto de jugadores convertidos en generosos contribuyentes para engordar mis alforjas y calle a calle, sin dar ni callo, me fui haciendo el amo de todo el tablero, como ocurre en el ruedo de la vida. Cayó el Prado y después la Castellana, conquistándolas como un monarca absolutista antes de erigir mis posesiones. Fue colocar el hotel y caer como moscas. El populacho no se puede permitir visitar ni el Palace ni en Ritz, repletos de diputados del lugar. Sólo se recuperaban algo cuando pasaban por la casilla de salida, pero todos sabemos ya que todo conduce a una meta fatal, donde siempre ganan los que más dinero y posesiones atesoran. Y no es un juego. Feliz año.