Pese a que cada vez tengo menos esperanzas en que se cumplan, en cada año nuevo que empieza me gusta dedicar los primeros minutos a pensar en los sueños de todo tipo, incluidos profesionales, que me gustaría que se hicieran realidad. Uno de ellos es el de viajar, cuando se termine el terror terrorista, de nuevo a Turquía o hacerlo por fin a Iraq y conocer y poder hacer reportajes en el lugar donde se inició gran parte de la historia actual con los sumerios. Pasear a orillas de los ríos Tigris y Éufrates y dar la noticia de la restauración de los templos que aún quedan en pie. Pero, como cada año de los últimos cinco, un nuevo ataque del Estado Islámico el 1 de enero, esta vez en una discoteca de Estambul, me hizo despertarme muy pronto y que ese sueño sólo durara unos segundos. Desgraciadamente la barbarie terrorista está haciendo que nuestros sueños, y lo que es peor, los de millones de personas en Siria, Arabia, Afganistán o Iraq, se frustren una y otra vez como en un macabro día de la marmota en el que despertar con temor es una rutina demasiado habitual. Y otro dato para la reflexión, 93 profesionales de los medios de comunicación fueron asesinados en 2016 en el ejercicio de su profesión en 23 países de África, Asia Pacífico, América, Europa y la gran mayoría en Oriente Medio y el Mundo Árabe.