Una de mis manías es, cada vez que me encuentro con una estatua, acercarme a ver a quién está dedicada la escultura. El descomunal monumento dedicado a José María de Pereda en Santander me hizo reflexionar sobre lo efímero de la fama. Este escritor cántabro llegó a ser el autor más leído en todo el país a finales de siglo XIX. Académico de la Lengua, sus obras fueron traducidas a más de veinte idiomas y eran de lectura obligatoria para todos los estudiantes de España. Hoy, apenas 100 años después, su nombre ni siquiera es mencionado en los libros de literatura que manejan los estudiantes de Bachillerato. Pero a don José María le queda el consuelo de que, al menos, se acuerdan de él las palomas que cada tarde acuden a su monumento a cagar sobre su cabeza.