En un pabellón de un antiguo cuartel se reunieron hace medio año cerca de veinte personas para hablar sobre su barrio y sobre las fiestas que querían. Por primera vez en esas calles, ocupaban un mismo espacio para dialogar desenfadadamente gentes de muy diversas procedencias y clases sociales. El proyecto común que de allí surgió podría parecer insignificante para quienes hacen política con mayúsculas, pero...

Más allá del lugar común que nos recuerda que desde el municipio se hace la política más cercana a la gente, resulta que en las últimas décadas las ciudades se han convertido en el centro de la política global. Las urbes son el principal campo de batalla del Capitalismo, son el centro de la crisis ambiental y, además, y por eso mismo, pueden ser una escuela de lucha y un escenario privilegiado para la pedagogía política.

No hace falta remitir a la teoría para darse cuenta de que quienes especulan con lo que es de todos se encuentran en los municipios con campos rentables para incrementar sus beneficios. Lo vemos día a día con la privatización de servicios o con el abuso al que nos vemos sometidos con los ya privatizados, como el agua, los servicios sociales, la recogida de basuras, los servicios de estadística o la gestión tributaria. Tuberías que estallan día sí y día también, uno de los precios del agua más caros de España, un incremento desorbitado de los gastos o trabajadoras que no cobran lo que les pertenece son el resultado de una gestión empresarial en la que unos pocos ganan mucho en nuestra ciudad.

Pero las tensiones urbanas son las tensiones globales en más sentidos. Por ejemplo, las urbes se ven obligadas a competir entre sí por el turismo global y la inversión financiera a través de publicidad y macroproyectos.

Murcia Río, como tantas mejoras en el centro, no es sino el resultado de convertir la ciudad en un producto de mercado. ¿Y las pedanías? Para la gestión neoliberal no existen quienes viven en un lugar por el que no pasan los turistas. Un planteamiento muy diferente, si no contrario, del que movía aquellas reuniones en el cuartel casi abandonado de las que surgió un festival para quienes habitan en el barrio, propuesto y gestionado por quienes viven en el barrio.

La relación entre lo global y lo local va mucho más allá. Como nos recuerda otra Cumbre del Clima fracasada, los barrios, las pedanías y el mundo están unidos por los grandes desastres ambientales. Los modelos locales de transporte, también de consumo, influyen enormemente en el equilibrio ambiental global.

Y de la resistencia contra modelos insostenibles impuestos por intereses económicos de unos pocos sabemos en Murcia. La Plataforma Pro Soterramiento o la Costera Sur también es Murcia nos lo recuerdan cada semana.

De todo lo expuesto hasta ahora se pueden desprender muchas ideas, pero me interesa resaltar una: es la escala del barrio la que nos permite analizar la realidad de una forma comprensible para alcanzar soluciones a problemas económicos, sociales y ambientales que de otra manera serían inabarcables. Es en los barrios (y pedanías), por ejemplo, donde tenemos que dar la gran batalla y donde tenemos la posibilidad de luchar, con la cultura y la pedagogía política como herramientas, contra el auge global de la xenofobia y el racismo. A los Trump y Le Pen no se les vence en los medios de comunicación sino en las calles, desmontando con aplastante lógica cotidiana su rancio ´sentido común´.

Tenemos la obligación de dejar claro, desde movimientos sociales y políticos, que compartimos más los de abajo (los trabajadores, el 99% o como queramos llamarlo), por ser de abajo, que quienes tienen una misma nacionalidad pero diferente clase social. No es otra cosa que el internacionalismo de toda la vida llevado a las calles, plazas, escuelas, tiendas de barrio y centros de salud. Somos los de abajo quienes compartimos el interés por lo público, por la sostenibilidad ambiental y por una convivencia enriquecedora y en paz.

Y no hay que irse muy lejos para comprobarlo. Se está haciendo, sin que ningún colectivo pueda apropiarse de esas iniciativas, desde las Juntas Municipales y desde otros espacios de trabajo comunitario. En el barrio de El Carmen, quienes hemos impulsado el Festival Intercultural alSur (un festival sin siglas políticas) creemos que la cultura es una manera de crear esos espacios de convivencia y resistencia. El contacto directo y distendido entre los de abajo es la mejor manera acallar con los cantos de sirena de la extrema derecha.

Es decir, desde aquellas reuniones en un cuartel medio abandonado se quería empezar (y se empezaba) a cambiar el mundo. Quién sabe, quizá la gran política vaya en frasco pequeño.