Hoy he vuelto a recordar la tremenda historia que me contó un hombre que entró a pedir una ayuda a mi mercería. El alcohol le brillaba en los ojos. Había cumplido una condena de 18 años de prisión por asesinato. Era natural de Azpeitia y su única hermana, una niña de 11 años, fue violada y asesinada. Horas después del crimen fue detenido el asesino, que resultó ser un muchacho del pueblo, hijo del teniente de la Guardia Civil. A los pocos días, fue puesto en libertad provisional por el juez, a la espera de que se celebrara el juicio. La decisión judicial trastornó de tal forma al hermano que buscó una pistola en el mercado negro, esperó al asesino de su hermana y le disparó un tiro en la cabeza, del que murió en el acto. La policía lo detuvo cuando merodeaba cerca de la casa del juez. «Cuando salí de la cárcel, mi padre y mi madre ya habían muerto. Desde entonces€, ando por ahí. Si te digo la verdad, no me arrepiento de nada». Le dí una propina para que tomara algo caliente esa noche y me pagó con un inesperado, largo y apretado abrazo. Creo que es la única vez que he abrazado a un asesino.