Me divierten, no lo puedo evitar. No hablo de un entretenimiento en un tono peyorativo ni despectivo. No es un comentario irónico, todo lo contrario. Sinceramente, me hace mucha gracia, sobre todo en estas fechas, incluso más que en Semana Santa, la actitud de aquellos y aquellas que se definen y se declaran a boca grande y con mucho orgullo como agnósticos o agnósticas, ateos o ateas.

Los primeros no creen en el poder de lo absoluto o sobrenatural, pero conceden a los cristianos el beneplácito de la posible existencia de Dios. Los segundos, mucho más estrictos que los primeros, rechazan directamente la existencia de uno o más dioses, descartando la posibilidad, por pequeña que ésta sea, de que exista algún dios.

Desde hace unos años, los observo curiosa y divertida en diferentes tipos de festejos y celebraciones cristianas no solo como la Navidad, sino también en Semana Santa y en la administración de sacramentos como el bautismo o el matrimonio. Me llaman la atención, no lo puedo remediar. Insisto en que en ningún momento lo digo en tono burlón, sutil y disimulado; de verdad que despiertan mi interés en el sentido estricto de mis palabras.

Normalmente, son personas (por lo menos a los que conozco personalmente) que se vanaglorian y enorgullecen de sus no creencias y presumen de una coherencia 'especial' por el hecho en sí de sus opiniones. Por ejemplo, así a bote pronto, se me ocurre la seriedad con la que se niegan a participar, aunque sea de modo indirecto e intrascendente, en determinados ritos cristianos como son la celebración de un matrimonio o una primera comunión. Sus explicaciones, siempre coherentes, suelen ir acompañadas de un tono grave y severo cuando exponen los argumentos por los que no ven lógico entrar en una iglesia católica a ver contraer matrimonio a unos amigos o administrar el sacramento del bautismo a sus hijos a pesar incluso de las creencias religiosas que pueda tener su propia pareja.

Su negativa no me parece mal, ni siquiera me importa. Cada uno es libre de creer o no creer en la existencia de dioses, poderes absolutos o hechos sobrenaturales. Lo que sí me hace mucha gracia, digo, es su participación, activa y muy enérgica, en la otra parte de la celebración que acompaña al rito del matrimonio o a la noche en que nació Jesús caracterizadas por comidas abundantes y deliciosas, música, risas y copas, muchas copas.

Sin ponerme quisquillosa, 'aceptamos barco como animal acuático', tal y como se solía decir en el mítico juego de mesa de los años noventa, y entiendo hasta cierto punto su entrega y participación, normalmente muy activa, en bodas, bautizos y comuniones que implica, a pesar de las no creencias, compartir la felicidad en un día especial de un buen amigo, un hermano o un primo. Donde pongo el freno y a veces me indigno, para qué lo voy a negar, es cuando veo a estos seres coherentes y serios, celebrar la Nochebuena y la Navidad comiendo, bebiendo y recibiendo los regalos pertinentes como si no hubiera un mañana.

En esa parte de la partida no me vale 'barco como animal acuático de compañía' porque, aunque ellos no crean en nada o no lo entiendan, el 24 de diciembre es una noche que va mucho más allá de reunirse con la familia para cenar e intercambiarse regalos.

La Nochebuena y la Navidad son celebraciones familiares, pero también religiosas y culturales y para los cristianos es una de las festividades más importantes porque conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, el Hijo de Dios y, por ende, la encarnación de Dios mismo.

Por eso creo que siguiendo la lógica de pensamiento de la negación de la existencia de un poder absoluto o sobrenatural, lo más coherente sería que los que se declaran agnósticos o ateos se tomarán la noche de Nochebuena o el día de Navidad como una hoja más del calendario donde la comida o la cena sea tan normal y corriente como cualquier otro día de la semana, puesto que no tienen nada que celebrar. Y en el caso de que cedieran por unos días a un tiempo de celebración sincero y solemne, podrían dar importancia, por ejemplo, a la buena voluntad, la compasión o la familia y no al pavo, las paletillas de cordero o el marisco en abundancia regados con los mejores vinos.