La Región está con el corazón encogido tras la agresión de un portero de discoteca al joven Andrés, luchando por salvar su vida en La Arrixaca. La lucha de este joven de 28 años es la de todos los que no tenemos problemas en definir a su agresor como un bárbaro, una persona que con la misma naturalidad que lleva las manos en los bolsillos te atiza un directo que te deja a las puertas de perder en un segundo toda una vida. El bárbaro, que quede claro, no debería volver a ver la luz del día, pero esta misma semana se ha hecho famoso un vídeo en el que un empleado de una empresa de reparto a domicilio le propina una bofetada a un joven que le llama «cara anchoa» para grabarlo en su teléfono y por hacer algo gracioso con su vida quiero pensar yo. Y he aquí la fina y delicada línea que separa la violencia que todos rechazamos de la que puede ser mejor que cualquier medicina. La diferencia está clara. Mientras que el agresor de Andrés, aficionado al boxeo, cierra el puño y sin mediar palabra le propina un descomunal puñetazo en el rostro con unas consecuencias que todos esperamos que tengan un buen final, el anónimo repartidor, después de que un joven con cara de haberlo tenido todo en la vida aparentando poco esfuerzo le llame'caraanchoa', trata de contenerse unos segundos hasta que la templanza lo abandona y decide soltar lo que llevaba dentro. Un guantazo con la mano abierta y sin daños colaterales. De los de toda la vida. Un ejemplo que, según algunos, representa la pedagogía en estado puro.