Lo último en comunidad virtual son los demisexuales, personas que para establecer una relación sexual necesitan tener una relación afectiva. Mucha gente recibió una educación demisexual (aunque no se llamara así) y en la vida encontró excepciones que confirmaron la regla, tan tranquilizadora en la edad fértil. Los demisexuales entran en una taxonomía de la sexualidad que no deja de crecer ni excluye a nadie. Ya tienen bandera, sépanlo los Ayuntamientos de Podemos, tan dados a convertir el balcón en tendal.

Esta taxonomía creciente aumenta la confusión de los aprensivos sexuales, personas que se sienten algo concernidas por todo porque, despiertos o dormidos, en acción o en deseo han sido, en algún momento, monógamos o poliamores, o bisexuales o disconformes con el órgano sexual de nacimiento. O porque han pasado una temporada asexual jaquequita. O viceversa a todo. Y eso sin alegar adicción al sexo, como hacen los jetas.

Gracias a las redes sociales todas las preferencias o inclinaciones sexuales encuentran sociabilidad, incluidos los llamados asexuales que, nadie sabe por qué, han decidido hacerse visibles en vez de seguir a su bola y sin molestar a nadie, como hasta ahora. La visibilidad se ha vuelto imperativa para todo el mundo salvo para los exhibicionistas, en los que es imperiosa pero ilegal si tienen pene y no se apellidan Kardashian.

Sería más útil que se visibilizase gente que no necesita establecer vínculo emocional para tener relaciones sexuales porque, en cuanto se vieran, podrían copular sin perder tiempo en cafés o que los sádicos se visibilizaran ante los masoquistas y al revés. Pero se visibilizan los demisexuales que van a las redes sociales (donde las relaciones son superficiales y engañosas) a declarar que necesitan relaciones afectivas profundas y verdaderas para lograr una relación sexual.