La sociedad necesita más condenas y menos comprensión». Fue una declaración realizada hace años por el primer ministro británico John Major en relación a las medidas que se debían adoptar frente a los actos criminales. Su lema, condenar más y comprender menos, imagino, resultó en su momento eficaz para ganar popularidad y conseguir atraer con las promesas de seguridad y duros castigos a un mayor número de votantes.

Entiendo perfectamente la respuesta de rechazo y repulsa de la ciudadanía a los actos de terrible crueldad y violencia y la necesidad de sentirse protegidos por los Gobiernos y sus leyes que se espera impongan duros castigos a los delincuentes.

El gran problema, al que llevo dándole vueltas de un tiempo a esta parte, después de haber leído algunos libros de la psicoanalítica de las perversiones, la violencia y la criminalidad y sobre todo en estas últimas semanas con las noticias en torno a la figura de Antonio Ojeda, principal sospechoso de la desaparición de Yéremi Vargas, y Antonio Ortiz, el presunto pederasta de Ciudad Lineal, son los castigos que la ley impone a estos criminales.

Por sorprendente o extraño que a algunos les pueda parecer, tras leer las experiencias, teorías y opiniones de figuras destacadas del mundo del psicoanálisis coincido con ellos en que no se abordan de manera adecuada los actos agresivos y los tratamientos que se aplican a los delincuentes como por ejemplo su confinamiento y aislamiento en cárceles, ya que lejos de prevenir posibles futuros actos de violencia las soluciones o las penas que se aplican parece que en lugar de evitarlos los provocan todavía más si esto fuera posible.

Privar de libertad a estos individuos, enfermos mentales, y rodearlos de otros criminales por radical o disparatado que pueda resultar no sirve de nada. El confinamiento en prisión de determinados tipos de delincuentes es una pérdida de tiempo y de dinero, puesto que el trastorno que sufren no desaparece sin más por el hecho de estar encerrado entre rejas y en la mayoría de los casos, como he dicho, estimula su conducta violenta y criminal y una vez puestos en libertad, cumplida la pena, vuelven a actuar porque ni están curados ni son conscientes de la gravedad de sus actos.

La solución, como propone la psicoterapia forense, pasa por alejarnos de alternativas primitivas y erráticas como la sed de venganza y justicia mal entendida, y en contra de los que proponía John Major y otros gobernantes, jueces o educadores que pensaban y piensan como él, 'comprender menos y castigar más', intentar entender que la reforma de algunos criminales pasa por la comprensión de sus actos y unos tratamientos médicos y psiquiátricos adecuados que modifiquen los malos hábitos de toda una vida.

Entiendo que haya muchos lectores que no estén de acuerdo con este enfoque ni con mis opiniones ni mis palabras porque el sufrimiento propio o ajeno, y especialmente el que está relacionado con el abuso de niños, les provoque tal grado de repulsión que el asco y la rabia no les deje ver más allá de las ganas de escarmentar con las penas más duras a este tipo de sujetos que en ningún momento niego son un grave peligro para la sociedad.

Pero lo triste es que el desquite en casos de perversiones y actos de violencia no es la receta correcta que consiga evitar actos terribles que provoquen daños irreparables en la vida de las victimas.

La irracionalidad humana y la destrucción que inflingen algunos sujetos van mucho más allá de la ética o la honradez y en la mayoría de los casos la moralidad, la justicia y el castigo son el principal problema para evitar que se reproduzcan casos como los de Antonio Ojeda y Antonio Ortiz.

Quizás la respuesta más acertada para protegernos y proteger a los criminales y enfermos mentales de sus propios actos sería borrar de un plumazo la postura moralizante con el consiguiente castigo y tratar con intervenciones terapéuticas los motivos y la lógica que llevan a estas personas a actuar como seres inhumanos y despiadados.

Freud, padre del psicoanálisis, siempre vio inútil, penoso y nada eficaz el tratamiento que recibían los delincuentes enfermos mentales aplicados por los políticos, las leyes y la sociedad en su conjunto. A tenor de sucesos tan terribles como es la desaparición de un niño o el abuso de menores en centros escolares y otros lugares que se suponen seguros y felices para ellos, me pregunto con gran preocupación e intranquilidad al igual que hizo Freud si el tratamiento que se da en la cárceles a estas personas no es más que un sinsentido?