Hoy voy a hablarles de un tema que me preocupa. Y me preocupa porque cada vez hay más. Estoy refiriéndome a los necios. Los necios son esas personas que hablan sin tener conocimiento de causa. O, directamente, sin tener conocimiento. Hace unos cuantos meses, por ejemplo, publiqué un artículo donde criticaba el bilingüismo en las escuelas españolas. Advertí que, tal como estaba diseñado, sería un completo desastre (como efectivamente está siendo) y expuse que (en lugar de invertir tanto dinero en introducir el bilingüismo) el Gobierno debería fomentar el español en el extranjero, la segunda lengua en el mundo con mayor número de hablantes como lengua materna. Escribía en aquel artículo sobre la importancia de nuestra lengua desde el punto de vista económico y, sobre todo, cultural, cuya riqueza es enorme, y criticaba que estuviese tan discriminada en instituciones internacionales, donde se traducía antes al francés o al italiano que al español.

Pues bien, uno de esos necios que pululan por el mundo escribió un comentario diciendo que deberían prohibirme escribir en un periódico (toda una muestra del totalitarismo) aduciendo que aprender inglés era importante porque (agárrate) él tuvo que emigrar y para emigrar había que saber inglés, como si el emigrar fuese la finalidad de un individuo. En lugar de exponer su opinión, este palurdo escribió que yo no sabía lo que era emigrar (a mí, que procedo de una familia de emigrantes y que vivo a mil kilómetros de donde nací). Así, sin conocer nada de mí, este individuo se permitió el lujo de expresar su absurda y estúpida interpretación de quién soy o lo que dejo de ser con total impunidad.

Hace unas semanas, mientras paseaba por la fábrica de Schindler en Cracovia, estuve sacando fotos a la exposición, la cual es absolutamente recomendable. En un momento, me saqué una foto en un pasillo repleto de banderas nazis colocadas en vertical (igual que me había sacado anteriormente una foto junto a un traje militar polaco o a una vitrina llena de armas alemanas). Una española que venía detrás de mí (sin saber que yo era español) le comentó a su amiga: «Sacarse una foto con la bandera nazi me parece?», y no dijo más. No dijo más porque posiblemente el tema de los adjetivos no lo llevara bien, como la gran mayoría de españoles, que subsisten a base de frases hechas y latiguillos del tipo 'ya te digo' y otras.

Y es que España es, irónicamente, el país donde peor español se habla. Pues bien, a esta mujer, el que yo me sacase una foto con las banderas nazis le parecía no sé qué (la cruz que llevo colgada a mi cuello no deja de ser un instrumento de tortura y asesinato pero a esta mujer mi cruz no le pareció nada). Seguramente, esta mujer no ha conocido a ningún superviviente de Auschwitz (como conocí yo) ni a ningún suboficial alemán de la época (como conocí yo), pero, aun así, mi foto le parecía no sé qué. Si yo me hubiera sacado una foto con la lengua de fuera en plan selfi o con los dedos haciendo la señal de la victoria, entendería la crítica, pero esta mujer no sabía nada de mi vida para juzgar ninguno de mis actos. Sin embargo, el totalitarismo de su imbecilidad se lo permitió. Si allí había algún nazi, sin duda, era ella, porque juzgó y discriminó sin saber, basándose en su desconocimiento y su propio criterio absolutamente limitado.

Aunque pueda parecernos intrascendente, la necedad es tremendamente peligrosa, porque es el arma fundamental del exterminio intelectual y cultural. Y éste no lo olvidemos, es el inicio de cualquier otro tipo de exterminio.