«Parece que en lugar de enterrarlo lo estamos escondiendo». Es la demoledora frase de Xabier, el hijo del Txato, asesinado por los criminales de ETA a escasos metros de su casa. No hay apellidos, no hay nombre del pueblo. No hace falta. Comencé a leer Patria, de Fernando Aramburu, una noche en la habitación de un hotel cercano a Pamplona. No era la primera vez que me hablaban del libro, pero sí que era la primera vez que visitaba Navarra y el hecho de que, a las pocas horas de estar allí, la buena de A. me lo recomendara, me hizo decidirme.

Creo que es bueno dejar pasar un tiempo antes de escribir una novela sobre un asuntos que marcan de manera tan profunda a una sociedad, pero al leer las primeras páginas de este libro me di cuenta de lo que equivocado que estaba. Devoré casi la cuarta parte de sus seiscientas páginas de diálogos deslavazados, de descripciones de un narrador que ve todas las miserias y contradicciones de la gran Euskal Herria, de la historia de un pueblo al que una banda de asesinos intentó, y aún sigue por otros medios en ese empeño, privar de su libertad, su historia y su patria.

Y es que Aramburu ha acertado plenamente con el momento. No se trata, ni mucho menos, de una novela oportunista, sino totalmente oportuna. Desde que los terroristas declararan el llamado 'alto el fuego permanente' en 2011, los buenos (porque sí, había malos que mataban y buenos que morían) están perdiendo la batalla de la memoria y si, como suele decirse, la historia la escriben los vencedores, entonces el lugar que les queda a las víctimas y a las personas que se negaron a claudicar es ciertamente vergonzoso.

Patria contribuye a salvar esta injusticia, dando voz a todos pero sin darles el mismo trato, porque no puede tratarse igual a quien pega un tiro en la nuca que a la viuda a la que medio pueblo niega el pésame y el saludo. No, la historia se puede escribir desde la centralidad, pero nunca, jamás, desde la equidistancia, porque equiparar a víctimas y a verdugos nos deja siempre más cerca de los últimos. Así, Aramburu da espacio a ambas partes, nos deja meternos en la cabeza y en el corazón de las dos familias, una que alberga a un asesino y otra a la que destrozó el terror. Nos permite, también, llegar a la náusea en los diálogos en los que interviene el padre Serapio, miembro de una Iglesia vasca encargada de convertir a los terroristas en cruzados y nos ofrece, además, la oportunidad de acercarnos a la burricie de las motivaciones, que no razones, de quienes se creyeron gudaris llamados a engrandecer el espacio vital de un pueblo.

Aramburu nos recuerda que la paz y el perdón pueden sentar las bases del futuro, pero nunca pueden reescribir el pasado, ni borrar crímenes, persecuciones o actos de cobardía colectiva. Y esto, que parece básico, es lo que está ocurriendo. No es extraño que los asesinos y sus amigos opten por esta vía, pero es excesivamente llamativo el esfuerzo que algunos de los 'buenos' están haciendo por inducir una amnesia colectiva. Hay un interés en que olvidemos, en que normalicemos lo que nunca fue normal, en que callen por el bien de todos quienes hace no mucho eran bandera de la libertad, de la resistencia y de la dignidad de toda una nación.

Sin lugar a dudas, Patria es un libro clarificador, que parece estar hecho para ser interpretado, de hecho leerlo es escucharlos a todos, incluso a Arantxa, que aporta cordura y sensatez a través de su iPad en medio de tanta conversación estúpida. Porque en este libro, y probablemente también en la realidad que nos revela, las mujeres son la piedra angular, trazan un matriarcado decidido y visible a veces, soterrado en otras, en el que Bittori y Miren toman las riendas de la situación, dirigen a sus familias, retan a su entorno y se desprenden de todo sentimentalismo para hacer lo que tienen que hacer. Y punto. Son ellas las que hacen que su voz resuene por encima de consignas y soflamas, pero también de condolencias prefabricadas.

En definitiva, este es un libro que nos hacía falta leer, es más, que tenemos que leer como antídoto ante el virus del olvido porque sí, porque funciona, porque hay frases y escenas que retumban en nuestra cabeza después de ser leídas. Porque nos indigna, nos calla, nos hace querer gritar, nos emociona y nos avergüenza. Y porque no es un libro buenista. Aquí no hay arcoiris pintados en los murales, sino dianas en la pared con el nombre de la siguiente víctima; no encontrará víctimas que piden perdón a los asesinos; tampoco un mundo abertzale folclórico, sino una red mafiosa y extersionadora. «Es un libro muy duro», dirá usted si lo lee. «Claro, pero es que era así», me contestó A. cuando le dije lo mismo. Afortunadamente, Patria ha llegado para recordárnoslo, justo a tiempo, eso sí. Pero ha llegado, así que, léalo.