Cuando niños, nos preguntábamos si al dejar la televisión encendida y salir a la calle seguirían apareciendo las imágenes en la pantalla. ¿Existen las cosas cuando no las vemos? De adolescentes dejamos de hacernos ese tipo de preguntas tontas, hasta que ya algo mayorcitos, en algún vistazo a Platón, descubrimos con estupefacción que la filosofía clásica se limita a tratar de responder a las preguntas que nos hacíamos cuando éramos niños. Pues bien, de maduracos todavía seguimos sin respuesta. Un ejemplo: ¿existe la autopista Cartagena-Vera? De vez en cuando, alguien la menciona, pero nadie puede dar prueba personal de su existencia, dado que debe tratarse de una ruta solitaria y perdida, como de escenario de novela gótica. Se ve que permenecemos en alguna caverna desde la que esa franja de asfalto queda vedada a nuestro arco de visión.

Sin embargo, durante años, el Gobierno regional del PP alentó su construcción como si se tratara de una necesidad básica e inexcusable sin cuya satisfacción no podríamos ni entrar al siglo XXI. Es verdad que aquella insistencia (las encendidas defensas de Valcárcel deben constar, si nadie las ha secuestrado misericordiosamente, en las actas parlamentarias) era sospechosa, pues en paralelo al vial de la autopista discurre una autovía, gratis total, que comunica los mismos puntos. Algo raro había en aquel proyecto porque cuando concluyeron las millonarias obras ningún político se dignó convocar a la prensa para hacerse la foto de la inauguración. Insólito. Era como si la autopista resultara invisible desde que empezara a construirse.

En realidad, fue concebida para conducir a los millones de turistas que iban a aterrizar en Corvera hasta la puerta de sus viviendas, hoteles y campos de golf en Cabo Cope, una de las pocas zonas todavía protegidas del litoral murciano que el Gobierno, investido de promotor urbanístico, se proponía poner perdida de rascacielos, incluso haciendo la competencia a los empresarios del llamado turismo residencial que por entonces se prodigaban. De todo aquello ha quedado un proyecto urbanístico, por fortuna, frustrado por el Tribunal Constitucional, y un aeropuerto virtual que sin embargo estamos pagando a tocateja; enmedio, una autopista fantasma que, a partir de ahora, una vez celebradas las elecciones generales y constituido el Gobierno, se nos anuncia que también tendremos que pagar nosotros, pues las empresas concesionarias, pobrecitas, no saben qué hacer con esas carreteras secundarias que llevan a ninguna parte.

Mientras tanto, los políticos que nos han dejado estas simpáticas herencias gozan de sueldazos y prebendas y aspiran a alcanzar jubilaciones regadas con ganancias equivalentes al sueldo de veinte obreros.

¿Existe la autopista Cartagena-Vera? Pocos la han visto y menos la han usado. Pero todos la vamos a pagar centímetro a centímetro. Otra canallada.