Existen dos ciudades 'Murcia' bien distintas. Una, la presentada hace unos días en Colombia por el alcalde del municipio, José Ballesta, y, otra, la que sienten y padecen distintos actores sociales y muchos ciudadanos de la capital de la Región. La realidad es por tanto distópica, si se tiene en cuenta lo que ha vendido el primer mandatario local al otro lado del Atlántico.

Dice Ballesta que Murcia es una ciudad sostenible, con premios internacionales (cosa cierta), y con una gran cantidad de personas apostando por la movilidad alternativa. Hace alusión a esos transportes alternativos y a la construcción de kilómetros y kilómetros de carriles bici. Sin embargo, las organizaciones ecologistas se empeñan periódicamente en desmentir esas afirmaciones con otros argumentos como que la capital de la Región rebasa en muchas ocasiones los niveles de contaminación que serían admisibles en una ciudad desarrollada y que es un peligro circular en bicicleta por la falta en el casco urbano de un verdadero itinerario que vertebre la ciudad de norte a sur y de sur a norte sin tener que jugarse el tipo o el espacio con los coches que, cada vez, tienen menos respeto a las dos ruedas.

El gran drama de todo esto no es que ambos tengan razón, sino que depende del cristal con el que se mire. Es cierto que el sistema de bancadas públicas Muybici ha contribuido a promocionar este medio de transporte y que hay miles de usuarios (sobre todo mujeres y jóvenes) que lo usan a diario. Sin embargo, también es verdad que el Ayuntamiento lleva años y años vendiendo la misma moto del transporte sostenible y alternativo, sin que de momento haya tomado el toro por los cuernos y haya puesto encima de la mesa medidas contundentes de pacificación del tráfico o infraestructuras necesarias que hagan posible un cambio de mentalidad ciudadana y de rutinas de desplazamiento (ver el famoso PMUS -Plan de Movilidad de Murcia-, pagado por una concesionaria del autobús, que contenía incluso medidas revolucionarias para una mediana ciudad como Murcia).

Ni siquiera el gran drama es que Ballesta haya heredado el proyecto y la idea del que fuera alcalde de Murcia durante 20 años, Miguel Ángel Cámara, que intentó a lo largo de dos mandatos llevarlos a cabo con una pereza absoluta, que dieron al traste con las pretensiones. No fue más que una idea-maquillaje, que le sirvió para presentar la ciudad como una urbe moderna que aspira a ser sostenible y con ciudadanos que vean algo más que el coche que hay aparcado en su garaje. Los hechos, en este caso la inacción, rebelaron que todo fue una huida hacia adelante.

Las herencias están bien si son buenas. En este caso promocionar la bici es una propuesta fantástica. El gran drama de todo esto es que tampoco parece con buen músculo el Gobierno local actual en este apartado por cuanto ha tenido que retirarse la primera bancada por gamberrismo y por la tardanza en poner en órbita los carriles bici prometidos. Aún se está esperando la unión entre los que ya hay hechos en la mota del río (del Malecón a la Fica), que lleva años y años anunciado y que, a priori, no parece tan complicado. No hay que hacer grandes obras ni quitar aparcamientos ni cerrar calles al tráfico. Es algo sencillo y poco costoso.

Y si uno mira hacia el gran carril bici prometido, la cosa no mejora. Todo lo contrario. Se va a hacer en las vías de extrarradio, mermando espacio al coche y metiéndolo con calzador por unas vías que se van a congestionar por los cortes de tráfico del AVE.

No sabemos si el ciclista se sentirá seguro en esos espacios y acabará por no utilizarlos. Aunque, al paso que van las cosas, lo mismo Ballesta no corta la cinta en este mandato. Por nadie pase.