Diciembre comenzó con buenas noticias. Marta García González, presentadora y editora de los informativos del mediodía en 7TV Región de Murcia, regresaba curada a su puesto de trabajo tras una baja de seis meses por un cáncer de mama.

La periodista murciana sorprendió a todos presentándose de nuevo a los espectadores con un bonito y llamativo vestido rojo y la cabeza rapada a causa de las secuelas del tratamiento al que se ha sometido después de la operación. Apareció ante las cámaras admirable, asombrosa, radiante y por encima de todo feliz, muy feliz de la vuelta al trabajo, a la rutina y a su nueva vida. Imagino que después de todo lo que habrá vivido a lo largo de este medio año, ella y el mundo que había conocido hasta el diagnóstico nunca volverán a ser los mismos.

Una verdad, la de cáncer, que ni distingue ni excluye a nadie; todos en cualquier momento somos susceptibles de ser arrollados por ella. La diferencia estriba, en todo caso, en cómo afrontarlo y Marta ha optado, como tantos otros hombres y mujeres, por la vida, plantándole cara a la enfermedad y finalmente venciéndola.

No se me ocurre una forma más digna y respetable de tratar un padecimiento o dolencia que como lo ha hecho Marta. Si algo merece por encima de todo cualquier afección rara o común que suponga el sufrimiento de una persona, un ser humano, es la nobleza y la excelencia con la que se cuida bien o mal una cosa, una persona o una situación como es en este caso el cáncer de mama.

Por desgracia, no siempre los enfermos o los familiares de éstos se portan con la enfermedad como debieran y por mezquino que pueda parecer, aunque a estas alturas del partido ya nada debería sorprendernos, hay algunos padres, madres, hermanos, tíos o primos que en lugar de cuidar bien y con esmero el sufrimiento de sus seres queridos, explota y negocia el padecimiento para sacar del asunto rentabilidad y beneficios.

Los padres de Nadia, la niña de 11 años que padece tricotiodistrofia, una enfermedad rara de origen genético, son la otra cara, la otra verdad de un mes de diciembre que escribe en la última hoja del calendario una historia extraña de mentiras y exageraciones que todos quisimos creer porque la alternativa, que la familia, que los padres de la pequeña enferma, llevarán la friolera de ocho años captando fondos con un relato falso para el tratamiento de curación de la niña para utilizarlos en coches de alta gama y costosas viviendas era demasiado terrible.

Nadie, ni siquiera los familiares de Nadia, podían sospechar la estafa que se cernía en torno a la enfermedad de la pequeña y de la que eran víctimas no sólo ellos mismos si no todos los ciudadanos que movidos por la compasión, la solidaridad y la ilusión de procurar a una niña una vida mejor, donaron lo poco o lo mucho que tenían, hasta llegar a recabar con la donaciones la considerable cantidad de más de medio millón de euros.

Fernando Reguero, el padre de Nadia, aprovechándose de la buena voluntad de la gente y de la salud de su propia hija, ha dejado un arroyo donde la pólvora estalla en forma de un fraude mezquino y miserable que deja en evidencia lo mezquino de la condición de la humana y hasta dónde una persona es capaz de llegar por dinero.

Dos historias reales, iguales pero escritas con finales diferentes que ponen encima de la mesa la verdad de Marta, una joven fuerte y con determinación, y la verdad de las mentiras de un 'padre coraje', presunto estafador y manipulador, destapado como un padre oscuro que ha correspondido de manera malvada a la confianza que su hija depositó en él.

Tarde o temprano un hombre con dos caras olvida

cuál es la real.