Las redes han cambiado de forma asombrosa la manera de relacionarnos y actuar en sociedad. Hoy en día socializamos de un modo y con un número de personas que hace unos años nos resultaría completamente impensable. Este nuevo modelo de comportamiento ha hecho real aquello de «yo quisiera tener un millón de amigos», que decía la canción, ya que en Facebook, Instagram o Twitter (que son las que yo más controlo) contamos por miles los amigos o, en su defecto, seguidores, según el grado de intensidad que cada uno quiera dar a los vínculos. Me resulta especialmente curioso (apreciaréis como me incluyo siempre) como nos referimos a nuestros followers con absoluta cercanía y familiaridad cuando en muchos casos no hemos cruzado o intercambiado ni tan sólo una palabra o una mirada. Como nos reconocemos por la calle y nos saludamos con total naturalidad al encontrarnos después de años ´de amistad´ virtual. E incluso como nos implicamos y nos afectan aquellas cosas buenas o malas que les ocurren a nuestros compañeros en la red. Y es que, aunque también puedo entender a los más escépticos con esto, estamos formando parte del día a día, del minuto a minuto, de estas personas vía digital y es imposible no estrechar, de alguna forma, lazos.

Yo también me había manifestado muy crítica con la intensidad que alcanzaban ciertas ´relaciones´ virtuales considerando que había poco más que humo y ´postureo´ detrás de las mismas. Sin embargo, hace unos meses experimenté que hay cosas que, por irracionales que puedan parecer a tu razón, ocurren. Confesaré que hace unos años y coincidiendo con el boom de los blogs personales me convertí en seguidora de decenas de estas páginas, pero el tiempo y la falta de éste equilibró mi nuevo vicio y mantuve el interés sólo por aquellas que realmente consideraba útiles o de mi absoluto agrado. Entre ellas destacaré la de una periodista que por su espontaneidad y franqueza, y por sentirme identificada con muchos de sus intereses y con su estilo de vida se convirtió en uno de mis blogs de cabecera. La página en cuestión es www.balamoda.net y su autora, Belén Canalejo, como he dicho compañera de profesión y madre de cuatro niños. Bien, pues tras una extraña, larga e injustificada ausencia de la misma (fuesen cuales fuesen sus circunstancias siempre atendió a sus ´comentarias´, como ella las llama) reaparecía semanas después revelando que sufría un cáncer de mama. Volvía a nuestras pantallas de ordenador contando, a través de su videoblog, su experiencia al conocer la noticia y cómo estaba enfrentando la situación. Os diré, que ya su prolongado silencio consiguió alertarme, incluso trasladé mi preocupación a mi hermana (también seguidora de @Balamoda) y ambas coincidíamos en lo inquietante de su ausencia. Su revelación consiguió entristecerme y apenarme, y desde entonces he intentado seguir su evolución reconfortándome con las buenas noticias e inquietándome cuando no lo han sido tanto. Mi percepción es igual que con otras personas, conocidas, que han vivido situaciones similares. En ese momento, decidí dejar de lado mi prejuicio y suspicacia y vivir las relaciones tal y como suceden, ya sean digitales o analógicas.

No negaré que siempre preferiré una conversación con un café delante y la posibilidad de tocar, abrazar y mirar a la persona en cuestión, pero está claro que hay una nueva forma de relacionarse. También de pelearse o ignorarse, como decía una amiga mía: «¿Habrá algo peor que el que te bloqueen del whatsapp?». Pues quizás sí; en la vida real, que te hagan la cobra.