Resulta cada vez más evidente que la Unión Económica y Monetaria exige cambios urgentes y sustanciales de sus instituciones y reglas. Cambios que, lamentablemente, no parece que vayan a producirse, a pesar de su imperiosa necesidad y del peligroso avance de los populismos.

Mario Draghi se ha lamentado, recientemente, de que la integración europea está en peligro como consecuencia de los populismos. Creo que es la respuesta errónea a la profunda crisis económica, entre otros problemas, lo que ha dado alas a los populismos nacionalistas, causando, colateralmente, un rechazo al avance de la integración. Veamos.

La Comisión Europea ha advertido a siete Estados miembros de la zona euro que es muy posible que incumplan las normas presupuestarias previstas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por lo que deberían endurecer su política fiscal, entendiendo como tal la necesidad de incrementar sus ingresos, disminuir sus gastos o una combinación de ambos hechos. Por supuesto, España (que ya ha sido advertida y amenazada, en reiteradas ocasiones, por registrar un déficit fiscal excesivo) está entre esos siete países, al igual que otros de los llamados «periféricos», pero también figuran en la lista algunos del «norte», como Bélgica o Finlandia.

Y resulta llamativo que, casi simultáneamente (el 16 de noviembre último) la Comisión haya publicado una Comunicación en la que pide una política fiscal expansiva para la zona euro, que «pueda apoyar la recuperación económica y la política monetaria».

Reconoce la Comisión que existen países en la zona euro que tienen la posibilidad de utilizar el margen fiscal del que disponen, pero que mantienen una política presupuestaria innecesariamente estrecha y, en algunos casos, contraproducente. Pero no existe ningún mecanismo que obligue, a tales países con margen, a hacerlo.

Las consecuencias de la crisis financiera global pusieron de manifiesto lo que se ha dado en denominar, por bastantes economistas, como el «pecado original del euro»: privar a los estados miembros de su autonomía fiscal sin que, simultáneamente, se haya transferido a una institución central la posibilidad de gestionar una política fiscal conveniente para el conjunto. Resulta evidente para un alumno aventajado de macroeconomía, que ese hecho deja a los estados miembros del área euro indefensos frente a una crisis como a la que, todavía, nos enfrentamos. En situaciones como las vividas, los manuales recomiendan un relajamiento de las restricciones presupuestarias, para seguir políticas de estímulo fiscal anticíclicas. No se ha hecho, ni se ha avanzado hacia una unión fiscal, ni, tan siquiera, ha existido un mínimo de coordinación entre los países con superávit y los países con déficit. El resultado ha sido que hemos vivido (y seguimos viviendo en comparación con, por ejemplo, EE UU) una crisis más profunda y prolongada de lo estrictamente necesario e, incluso, que la sufrida en los años 30 del siglo XX.

Se dan algunas condiciones que aconsejan, sin lugar a dudas, expandir la política fiscal. Por una parte la política monetaria expansiva del BCE ha situado los tipos de interés extremadamente próximos a cero. Por otra, el nivel de producción real está muy por debajo de su potencial. Y, además, las familias todavía mantienen un elevado nivel de endeudamiento, lo que limita su capacidad de consumo.

La política monetaria, a pesar de su notoria flexibilización, ha agotado sus posibilidades y, en algún momento, será imprescindible comenzar a normalizarla, sin que, en ausencia de una política fiscal expansiva, seamos capaces de calcular las consecuencias.

En tales condiciones, un incremento del gasto fiscal produciría, claramente, no sólo un efecto directo sobre la demanda agregada, sino un efecto inducido por el multiplicador fiscal, que, seguro, es mayor que en condiciones «de mayor normalidad», porque el resultado de una política fiscal expansiva no produciría un efecto crowding out, sino que, antes al contrario, estimularía la inversión privada, dando lugar a crecimientos adicionales del PIB, añadidos al producido por el estímulo directo. Esto permitiría recuperar antes la economía y mejorar las expectativas de inflación.

Ahora bien, dado que la UEM carece de un instrumento centralizado de estabilización fiscal, solamente cabe fomentar la política fiscal expansiva de los estados miembros, al menos de aquellos que tienen margen suficiente para incrementar su gasto público, particularmente de Alemania (a la que destacamos por su tamaño) aunque no sólo. En otras palabras, a falta de normas o de instrumentos que permitan gestionar una política fiscal común para el conjunto de la zona euro, haría falta, en primera instancia, coordinar de forma muy estrecha las políticas fiscales de los estados miembros y, sin demasiada pausa, modificar la estructura institucional del euro, una vez que la experiencia nos ha demostrado que la configuración de la UEM no permite hacer frente a choques económicos asimétricos como los vividos, ya que, la imposibilidad de obligar a los países de la zona euro que tienen margen fiscal a que lo utilicen, a su vez hace inviable desarrollar una política fiscal común.

En paralelo también es de destacar que existen reglas contenidas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se incumplen sin que la Comisión Europea sea tan diligente para producir las correspondientes advertencias y, en su caso, aplicar sanciones. Es el caso de Alemania. El país germano mantiene una evolución económica carente de problemas, sin déficit público y con un gran superávit comercial. Pero ese superávit comercial excede el 6% del PIB; concretamente, en 2015 se aproximó al 9% y este año también superará ampliamente el 8% y, por tanto, incumple las normas establecidas en la UEM.

Pero ese superávit comercial está dañando la competitividad de otros países de la zona euro, por lo que cabe señalar que el conjunto de la política económica alemana es destructiva para gran parte de los países de la zona monetaria común, dañando la cohesión social, generando, en amplias capas de la población situaciones de pobreza. Eso sí, su deuda pública se ha convertido en refugio seguro del dinero temeroso, situando su ´coste´ en terreno negativo, originando un enorme ahorro financiero fiscal, a costa del resto de miembros del área euro.

De esta forma, será difícil que la ciudadanía europea recupere la confianza y la ilusión en el proyecto común. Es imprescindible cambiar de orientación, pero mucho me temo que la proximidad de las elecciones en Francia, Holanda y Alemania, o la inestabilidad adicional que se deriva del resultado adverso en el referéndum italiano, impida que se vayan a producir avances en la dirección correcta, por lo que lo más probable es que nos mantengamos en esta catastrófica austeridad que nos acompaña desde hace años.

La evidencia ha mostrado sobradamente que la gestión europea de la crisis -basada en la austeridad y en la devaluación interna- no ha funcionado. Toca una expansión fiscal y, además, un aumento de los salarios que impulse el consumo. ¿Qué esperamos para cambiar?