¿Amor y crimen? ¿Juntos de la mano? ¿Compartiendo venas abiertas y palabras desangradas? Quien siga la obra de Lorenzo Silva sabe que no es extraño ese maridaje. Que es, incluso y por causas de fuerza mayor, inevitable y, en cierto modo, imprescindible. Habituado a las distancias medias y largas, sus novelas sobre la pareja de guardia civiles Bevilacqua y Chamorro son perfectos mecanismos de relojería narrativa que marcan tiempos donde anida la emoción cuando menos te desesperas. Pero a veces el segundero reclama espacios más breves y así surge Todo por amor y otros relatos criminales.

Son 102 relatos rescatados de los casi 400 que escribió para los espacios virtuales de 2009 a 2016. Una avalancha que, en su trasvase al papel, exigía un trabajo de corte y confección para hilar lo más fino posible. Pespuntes directos y certeros que van cosiendo historias pegadas al suelo, atrapadas por el torbellino a veces cegador e inclemente de la actualidad en estado puro, sin la calma ni el tempo lento que reclama la literatura que no depende de los calendarios.

Cuatrocientos relatos dan para mucho argumentalmente hablando, pero Silva se sumergió en ellos buscando las simas del alma y la mente de unos seres humanos marcados a fuego por el crimen. Sin fronteras. El mal y sus alrededores a veces confusos habita en cualquier parte del mundo, no hay por qué limitarse solo al territorio español. Decía hace unos días el escritor que el paradócico título tiene una ´pizca de malicia´. Una pizca que es un pellizco en muchos momentos. «Hay poca gente que cuando toma la decisión de hacer daño a otra, y al fin y al cabo eso es el crimen, lo hace por maldad. La mayoría siente que tiene un motivo y muchas veces ese motivo es el amor a algo o al alguien».

Crímenes individuales (homicidios, robos, estafas, extorsiones...) pero también agresiones más colectivas (corrupciones de todo tipo y condición, narcotráfico, yihadismo, inmigración ilegal alimentada por intereses económicos...). El resultado, alejado de cualquier tentación de cargar de tintas moralistas las narraciones, es desolador en muchos momentos, conmovedor en otros. Como cuando ves un telediario y en una misma noticia se alterna el horror con emociones desnudas y desamparadas. Y el odio convive muchas veces con las cenizas del amor. Como apunta Silva en su presentación, recordando las palabras de un investigador de homicidios, «el lugar más peligroso, allí donde más corres el riesgo de que te maten, es tu propia casa». «Mujeres asesinadas por sus maridos, maridos asesinados por sus mujeres, padres por sus hijos, hijos por sus padres; en eso se nos van casi tres cuartas partes de la estadística».

El libro de Silva es un puzzle con piezas que, al encajar, muestran la imagen de un mundo de soledades y desolaciones, de alunizajes y alucinaciones, de ingenuidades muertas y suspicacias glotonas. Pero no siempre narra, no siempre desgarra los paneles de noticias en busca de historias de la actualidad desbocada a las que poner unas bridas literarias. En el punto número 96 nos encontramos frente a frente con La jauría". No sé cuándo lo escribió pero podría haberlo hecho ayer o ahora mismo. Mismamente mañana. «La jauría se forma en seguida, en cualquier sitio, diríase que por generación espontánea. Donde quieras que haya un ser susceptible de ser humillado, maltratado, vejado, devorado, se organiza en torno a él una jauría que se aplica con entusiasmo y meticulosidad a cumplir la tarea». Por cierto: «La jauría somos todos. Es nuestra indiferencia». Ahí queda eso.