Suele pasar que, cuando uno se retira a lo más oscuro, a su vuelta suele hablar más claro. Uno nunca se retira a lo más oscuro por capricho. Hay que estar demasiado roto y ser demasiado valiente para reconocer que se necesita ayuda. Que se necesita un poco más de cariño de la cuenta. Cuando el mapa de afectos se tambalea, te sorprendes viendo que para algunos es más fácil mandarte al psicólogo que ocuparse de ir a tu casa a darte un abrazo. Ahora, que nos inyectan Navidad en vena, que lo que toca es un buen rollo institucional, familiar, emocional, al fin y al cabo, se disparan tanto los silencios de soledad como los gritos. Porque la soledad a veces está muda y muchas otras veces lo que hace es explotar. Y se disparan también las llamadas al Teléfono de la Esperanza. Claro que a nadie le gustan las personas tristes, pero no es victimismo relatar lo que se ha hecho contra ti. Y no pasa nada por mostrarse vulnerable. Hace muchos meses le dije a alguien que yo no tenía ningún derecho a pedirle que estuviese a mi lado en los momentos más oscuros, que no tenía ningún derecho a reclamar atención mientras me hundía. Y ese alguien simplemente me contestó: «Pero quiero estar». A lo mejor sólo se trata de eso. De querer estar.