Mongolia, la ´Ley Mordaza´, articulistas salidos de tono, twitteros (en general), etc. El artículo 20 de nuestra Constitución no está pasando por su mejor momento. Es como Arturo Pérez-Reverte, que unos días sí y otros no. De hecho, el lenguaraz periodista cartagenero es un buen ejemplo para hablar del tema que hoy nos concierte: la libertad de expresión. Y, ojo, déjenme acogerme a este derecho fundamental a la hora de escribir mi ´Buenos días´. Para mí -insisto: para mí- estamos ante una condición ineludible para el hombre libre. Ineludible y sin concesiones. Me explico. Limitar la libertad de expresión es cercenar su razón de ser, por muy justas que sean las causas que, creemos, nos llevan a cometer semejante tropelía. Cada cual es libre de utilizarla como se le antoje, y es que -tal vez para nuestro pesar- la sensatez, el respeto y la coherencia no son más que obligaciones morales, un concepto que en ocasiones rabia con la normativa vigente. Y para evitar barbaridades amparadas en este privilegio, ahí está la legislación y el derecho al honor, la apología al terrorismo, etc. Y mientras en esto no incurran, dejen a Reverte y Mongolia hablar de lo que quieran. Aunque duela.