Al llegar diciembre los patios de luces de antaño adquirían vida propia. Hoy, desafortunadamente no ocurre lo mismo. Pepín Fernández, el fundador de las desaparecidas Galerías Preciados todavía no había creado su popular eslogan: Practique la elegancia social del regalo, y ya los patios de los murcianos se jaleaban con el canto estrambótico de pavos y pavas recibidos como obsequios. Las mozas de servir (entonces las había por millares) cambiaban el disco, y sin querer, olvidaban a Antonio Molina y a Juanita Reina para desgañitarse con villancicos mientras tendían lo ropa inhalando los aromas de tortas de pascua recién hechas.

La acelerada vida de hoy nos vende el inicio del curso en agosto y la navidad, prácticamente en noviembre. Árboles navideños, nacimientos y luces adornan ya calles, plazas y escaparates. Sin darnos apenas cuenta y de manera estresante que se nos va otro año. Ya está aquí la Pascua, con sus comidas y cenas de empresa; con los anuncios de la Lotería, los turrones y el Freixenet. Atento siempre a la jugada fiscal, el ministro Montoro sube los impuestos a la Fanta, a la CocaCola y a las bebidas azucaradas. Una novedad que ha servido para incrementar el precio del tabaco y del morapio fuerte, significando que el coste de un cubata va a alcanzar cantidades astronómicas.

La navidad por llegar, a groso modo, pues siempre existen las honrosas excepciones, la hemos convertido en una fiesta pantagruélica donde el yantar alcanza su cénit anual propiciando los males de estómago. Si durante el verano se traga, qué decir de la Pascua, época en la que consideramos el comer como una necesidad estrictamente cuantitativa. Comer, para los murcianos, es un problema zoológico no estrictamente humano. Salidos de una sociedad del hambre, los murcianos aún no nos hemos incorporado al paladar. Resultará sorprendente ver lo que traga la murcianía en las jornadas navideñas que llegan. Todo se celebra comiendo pese a la crisis económica, y se nos escapa la estética, arte fundamental que ha significado el éxito rotundo del maestro Raimundo González Frutos, estandarte de la gastronomía regional desde mediados del siglo pasado, y lo digo ahora cuando nos ha visitado el internacional Ferran Adriá, orgullo de la cocina patria.

Los patios de luces pasaron de moda, al igual que en su día lo fueron los terrados, lugar donde se daba cobijo al gallinero familiar: gallinas, pichones, pavos y capones criados con esmero con la mirada puesta en los días navideños. Es cierto que las construcciones actuales no nos permiten mantener una despensa mimada y viva como ayer, cuando a la hora de sacrificar al bicho se derramaban unas lágrimas en su memoria, dada la cruel intimidad adquirida durante los meses de engorde. Todo va a menos, por eso hacemos las compras navideñas en agosto pensando en la subida de los precios y llenando congeladores a mansalva.

Buenas fechas las que llegan para el yantar, ya sea en cantidad o en calidad, excelentes días para recordar a don Raimundo González Frutos y sus exquisiteces, al igual que los patios de luces, preámbulo animado de la fiesta que viene.