Llegados a una edad sentimos con profundidad aquellos problemas que en otro tiempo se desdibujaban apresuradamente y solo estaban agregados al sinsabor inmediato, pero ahora no. Con el tiempo se van acumulando los pequeños escondites donde se incorporan, y no siempre pasajeros, problemas humanos de la convivencia. La verdad conceptual sobre la amistad u otras emociones puede no ser perecedera, pero no es posible., como si se tratase de una ley, mantenerla indefinidamente. De una u otra manera sabemos que las emociones son los sellos de calidad tanto de la amistad como del cariño y hasta del amor, o al menos así lo creíamos, hasta que nos llegaba el dolor a nuestros sentimientos. Y aprendimos a más o menos velocidad que la vida enseña.

Acumulado el dolor, nuestro rostro interior, nuestra alma, se colmaba en nuestra vida de desventura y hasta de miedo, quedábamos solos en la creencia de la emoción entre dos o más y era ya con la edad que se confundían estos conceptos en la opacidad de la mañana, a pesar del resplandor, y se tornaba oscuro nuestro paisaje como la noche. En el paso de los años y llegada la vejez, no aguantamos bien que a una sonrisa se nos devuelva un golpe, una mueca o un desagravio que en nada tiene que ver con aquella sonrisa. Las feas costumbres del pasado ahora no se callan. Y se revuelven. Pero se agradece que a una sonrisa de conteste con otra.

Pero si el dolor, que nosotros creemos indefinido, el que provoca la cultura insolidaria, no digo ya la amistad o el amor sino menores espacios íntimos, es extremadamente suspicaz en la madurez, en la vejez, por llamarle de verdad a las cosas que lo son, se pervierten aun mas, y las palabras que van contra nuestro ánimo no son de nuestro deseo porque siempre nos acompaña una noble pasión por llevarnos bien con aquellos que queremos. La edad dicen que dulcifica, pero tampoco siempre. Por todo ello pensamos que es hora de dejar los rencores y los desánimos y de regresar a la amistad, o al amor, con creciente deseo de velarnos los unos a los otros, de cuidar esa fortuna que se llama afecto o cariño, ya que cualquiera de estos conceptos deben andar sellados por la calidad de lo que significaron y tienen de positivos, ni más ni menos.

Esto tiene relación con lo que me pasó, o nos pasó, hace unos días con un amigo. Andábamos hablando de cosas, para nuestro entender trascendentes, como casi siempre sin acuerdo pero de grata manera dialogante, cuando uno de los amigos dijo que andaba enamorado, o si no fue así, lo que sí es seguro es que nos trasmitió que había encontrado una chica, que era algo más que una chica y que podría ser suya, su chica, que además le gustaba mucho y que tenía menos edad que él, unos 30 años, cosa muy importante también, y que andaba entusiasmado porque se sentía bien y querido. Esa era su emoción que trasvasó a nosotros rápidamente.

Enseguida pudimos comprender que nuestro amigo estaba contento, y se le notaba, muy cerca de lo que supone una relación amorosa interesante, se haya llevado a cabo un inicio formal o no, y lo que sí teníamos por seguro era que se encontraba emocionado al hablar de ella, y trasmitía esa emoción en todos sus pormenores y relaciones que iba revelando, y así supimos que era una chica culta, interesante, conocida a través de redes sociales, pero suficientemente grata como para que su sentimiento andara desbordado en sus apreciaciones. Por lo demás, todos salimos tan contentos por aquellos buenos sucesos que nos trasladaba. Y brindamos por la felicidad, también emocionados, porque todo siguiera de tan buen destino como el que se merece nuestro camarada y amigo.