"Si me deja le saco hasta el saín". Lamentablemente, esta frase la he escuchado en boca de muchas mujeres casadas declarando en voz alta y sin ningún pudor lo que harían en el supuesto de que sus maridos las traicionaran o abandonaran: sacarles hasta el último euro.

Es una frase que me pone los pelos de punta y me hace reflexionar lo que pensarían de este tipo de mujeres, en teoría libres, independientes y autosuficientes, aquellas esposas de tiempos pretéritos que marginadas a un segundo plano por la sociedad y desamparadas por el Código Civil (CC), tuvieron que resignarse a la sumisión y obediencia hacia sus maridos y dedicarse en cuerpo y alma, quisieran o no, al trabajo doméstico y al cuidado de los hijos, dejando el espacio público como un lugar dedicado y diseñado para los hombres.

Fueron muchas las mujeres que hasta la llegada de la democracia a nuestro país, pasaron de la patria potestad de sus padres a la de sus esposos, siendo tratadas como pelotas de tenis que pasaban de un campo a otro, sin ninguna capacidad de obrar y consideradas por la sociedad y por la ley como seres inferiores e incapaces que por su debilidad y necesidad de protección quedaban a la misma altura que los menores, dementes, locos y discapacitados.

Esposas que solo podían aspirar a la 'libertad' que estuvieran dispuestos a concederles sus maridos y que se veían obligadas por las normas sociales a soportar la presión de ejercer única y exclusivamente y a la perfección su rol de cuidadoras sin esperar nada a cambio porque la asunción sobre el trabajo doméstico y la familia era la obligación con la que debían cumplir.

Los años de dedicación a la familia, los sueños de ejercer una vida profesional, el malestar y la inquietud ante un trabajo ni reconocido ni remunerado no contaron para la sociedad ni para la legalidad hasta la llegada de la democracia a nuestro país, en la que las nuevas reformas implantadas en el código civil concedieron valor y reconocimiento a la dedicación al hogar y a los hijos simbolizados en el artículo 1.438 del CC que, por fin, tenía en cuenta el trabajo doméstico como cualquier otro trabajo y disponía de una pensión compensatoria o por desequilibrio para aquellas mujeres que ante un divorcio o una separación se quedaran económicamente desamparadas.

Un camino hacia la libertad y la igualdad entre hombres y mujeres que como podemos suponer no ha sido corto ni sencillo; no hay más que echar un vistazo al antiguo CC para comprobar la realidad napoleónica de las que les hablo y las humillaciones a las que estuvieron sometidas durante mucho tiempo las mujeres, en especial, las mujeres casadas.

Por todo esto y por mucho más que nos llevaría muchas columnas inenarrables, no entiendo la actitud de muchas señoras y señoritas de 'hoy en día' que afrontan su fracaso matrimonial o sentimental como una venganza en la que el principal objetivo es sacar el máximo beneficio económico a los años compartidos de felicidad, intimidad y convivencia valiéndose de tretas legales ruines y miserables que en la mayoría de los casos pasan por dejarlas como los seres desvalidos e ignorantes de antaño que tanto se ha peleado por eliminar de la sociedad y de la legalidad.

Flaco favor hacen este tipo de individuas, aprovechadas en el mejor de los casos, a la memoria de las mujeres que sufrieron de verdad la infidelidad, la inquietud y el desamparo económico y a aquellas que en la actualidad sufren unos descalabros mayores, como físicos o emocionales, que de verdad se encuentran en una situación desesperada, sin saber a quién o a dónde recurrir, y merecen, además de toda la ayuda, comprensión y compasión del mundo, el respeto que las resentidas y despechadas desmerecen al subastar sus sentimientos al mejor postor.