¿Qué corresponde hacer a los medios de comunicación ante la situación que sufre el Mar Menor? Groucho Marx diría: «Eso lo sabe hasta un niño de cinco años». Pues bien, preguntemos a un niño de cinco años. Dirá, sin duda: «Informar». Elemental, querido Watson.

Pero el poder político tiene sus teorías. Informar, para algunos de sus agentes significa:

1. Crear alarmas.

2. Promover conflictos entre dos de los principales sectores productivos de la Región: la agricultura y el turismo.

3. Demonizar la agricultura, que ya tiene sobre sí infinitas amenazas.

4. Impulsar una mala imagen de la Región, que será convenientemente aprovechada por otras Comunidades y provincias con las que competimos en reclamos turísticos.

5. Desincentivar las inversiones.

Eso, como poco. En el fondo, lo que pretenden es que los medios de comunicación se conviertan en cómplices del desastre. Si informan sobre lo que pasa, la Región sufrirá, pues decaerá el turismo y los posibles inversores buscarán espacios en los que el medio ambiente no sea causa de debate. Esta concepción del oficio, elaborada desde el exterior, contiene un evidente chantaje: si informas, dañas a tu Región.

Visto así, el derecho a la información debería estar al servicio de la estrategia política de los gobernantes, y los periodistas tendrían que valorar, antes que la solvencia de sus informaciones, las consecuencias de éstas para los intereses políticos del momento, es decir, los del Gobierno de turno. Sólo faltaría que muriera repentinamente alguien de quien se pueda sospechar que está bajo la lupa del fiscal que investiga las responsabilidades por la agonía medioambiental de Mar Menor para que los hernandos de turno aludieran a las hienas de las prensa.

Informar no es ofender, pues hacerlo consiste en difundir todos los informes, dar cauce a todas las opiniones solventes y acreditadas y, por supuesto, datar lo que considera el Gobierno. Pero en ningún código democrático se registra la obligación de silenciar o relativizar las cuestiones de interés general con el pretexto de que su difusión puede causar un mal mayor. Sobre todo, porque ese dilema es falso. En realidad, quienes desde el poder se escandalizan con la difusión de noticias ingratas sobre el Mar Menor lo hacen precisamente porque esas noticias no son en realidad negativas para la Región, sino para quienes la han gestionado (me atengo ahora a lo que respecta al caso) con absoluta irresponsabilidad.

La buena imagen de la Región se construirá cuando seamos capaces de trasladar al exterior que aquí quien la hace, la paga, y no por poner paños calientes que de nada sirven cuando el deterioro de la laguna es visible para cualquiera, sin necesidad de que lo avalen los informes científicos. Sorprende, además, que un Gobierno que se ha limitado a heredar esa situación salga en defensa de un estado de cosas provocado por antecesores que ahora ven a distancia y a cubierto las consecuencias de sus actos, bien fueran éstos por activa o por pasiva.

Si algo tienen que reprocharse los medios de comunicación, en general, no es precisamente informar con amplitud y expresividad gráfica sobre la situación de Mar Menor, sino tal vez, vistas las consecuencias, no haber sido todavía más radicalmente críticos y alarmistas. Es decir, debiéramos habernos comportado como hienas frente a los depredadores políticos que han convertido el Mar Menor en un solar.