En ciertas ocasiones, utilizamos un método o unos medios para solucionar un problema obligado de resolver, pero creamos otros problemas de los que no somos conscientes. Incluso siéndolo, admitimos que no queda más remedio que hacerlo así.

La cuestión es quién y cómo se toma esa decisión. En quién depositamos nuestra confianza, para qué razone y valore qué es lo mejor. Porque, en las ocasiones a las que me refiero, siempre se soluciona un problema y se crea otro.

Hay miles de ejemplos. Todos los días los viven los altos ejecutivos de las empresas y de la política. Estrategias empresariales en las que se renuncia a una de ellas, en pos de otra que puede ser mejor o peor. No voy a hablar de ellos, para centrarme en el tema citado en el título.

La semana pasada pudimos leer en nuestra prensa que el Gobierno de la Región de Murcia va a dedicar 1.110 toneladas métricas, o sea un millón ciento diez mil kilogramos, de cloruro sódico a dispersar y esturrear por nuestra carreteras de la Región, para luchar contra las placas de hielo que se forman como consecuencia de la lluvia y las bajas temperaturas.

A estas cantidades hay que sumar las que dediquen nuestros ayuntamientos para las calles de nuestras ciudades. Incluso habría que sumar aquellas otras utilizadas por empresas y viviendas particulares en su entorno más cercano.

Por tanto, hay que estimar una cantidad aproximada de un millón quinientos mil kilogramos de sal para toda la Región, lo que equivale a un kilogramo por habitante.

Esta cantidad se vierte al suelo. A su vez, cuando el hielo se derrite, esta agua salada se va a unir a los regatos, a los barrancos, a los ríos, además de la que se infiltre en los acuíferos. Se produce, por tanto, un proceso de salinización de nuestras aguas superficiales y subterráneas en unas cantidades nada desdeñables. Y esto se produce todos los años.

Hemos resuelto un problema, que no resbalemos andando, que no resbalen los vehículos, pero hemos conseguido contaminar las aguas. ¿Qué es mejor? ¿Hacerlo o no hacerlo? Alguien lo ha tenido que decidir y ciertamente es difícil dirimir la cuestión.

Aprovecho para decir que, además de sal, todo lo que se vierte en el suelo termina llegando al agua superficial o al agua subterránea. Luego, a posteriori, la utilizamos e incluso la bebemos. De aquí se deduce la importancia de que el agua de bebida de las ciudades debe de ir conducida y protegida desde el lugar de nacimiento hasta el grifo del ciudadano. Y esto en Murcia sigue sin hacerse.

Y parece que, menos a mí, que soy un pesado con este tema, a nadie más le importa.

Habría que invitar a las universidades a investigar una alternativa a la sal común, un producto fundente, pero no contaminante.