Muchas veces le he dicho a mi amiga Carmen Pacheco que no quiero 'picar' de política ni de políticos ni de nada que tenga que ver con ellos y con ella en esta columna. No me interesa lo que cuentan, hacen y comentan. Sin embargo, a veces es difícil no opinar sobre sucesos concretos que llaman inevitablemente a la reflexión.

El miércoles 23 de noviembre de 2016, la exalcaldesa Rita Barberá murió de un infarto en un hotel madrileño muy cercano al Congreso. La noticia es tan triste como trágica. Triste porque la muerte siempre se lo lleva todo por delante; trágica por lo inesperado y repentino de su fallecimiento.

La senadora, como todos sabemos, se encontraba inmersa en un proceso judicial por un presunto blanqueo de capitales. Hasta el día anterior, la eterna alcaldesa de Valencia siempre defendió su inocencia y negaba rotundamente las acusaciones de blanqueo, amaños y la existencia de una caja B en el PP de Valencia.

Corrupción y fraude que quedarán para siempre bajo el telón de la suposición y la sospecha, puesto que la repentina muerte de Barberá obligará al Supremo a archivar la causa abierta contra ella, al darse por extinguida su responsabilidad penal. Sin embargo, pese al derecho de presunción de inocencia que corresponde a todo imputado español, establecido en el artículo 24 de nuestra Constitución, para muchos la senadora murió siendo culpable y así se encargaron de demostrarlo en el Congreso, politizando su muerte, y abandonando el hemiciclo durante el minuto de silencio que se hizo en honor de la memoria de la exalcaldesa.

El escarnio público al que ha sido sometida, incluido el mismo día de su fallecimiento, me ha hecho reflexionar sobre el histrionismo político y la falta de humanidad y educación imperante en nuestra sociedad y la doble vara de medir en España de algunos de nuestros partidos políticos y medios de comunicación. Un baremo de moralidad miserable que se impone de manera arbitraria y caprichosa para unos y se anula o disculpa a favor de otros.

La actitud de Unidos Podemos, negándose a hacer un minuto de silencio por la muerte de Rita Barberá, en resumidas cuentas una persona de carne y hueso como ellos, y las declaraciones de algunos de los miembros del partido a los medios y en diferentes redes sociales ni me indignan ni me sorprenden. Gracias a Dios, no tienen tanta capacidad ni influencia sobre mí. Una vez más, sin ayuda de nadie, se encargan de ponerse en su lugar y mostrar la pasta política e inhumana de la que están hechos.

No me voy a molestar en juzgar, criticar y cargar contra ellos. Bastante tienen con ser como son: ridículos hasta decir basta y faltos de escrúpulos, compasión, sensibilidad y bondad hacia los semejantes. Donde algunos tuvimos y tenemos la enorme suerte de ver sesenta segundos de silencio en memoria de lo más valioso que tiene una persona, la vida, ellos, simplemente, inmisericordes, tacharon el respeto, la consideración y el dolor de otros como un acto ampuloso que sobraba al tratarse de un 'personaje corrupto'.

En días como esos es inevitable para mí recordar la frase que corona esta columna, frase terrible, para el olvido, de la memoria de España, y que le tomo prestada a los alcaldes, concejales y parlamentarios batasunos tras cada acción de ETA: «Lamentamos, pero no condenamos».