La vida del opositor para maestro o profesor de Secundaria es una vida muy jodida. Supongo que la vida de cualquier opositor. Yo hablo de la del de Magisterio, que es la que conozco. Durante muchos años fui opositor y sufrí la vida de interino, con oposiciones todos los años y con infinidad de anécdotas sobre las dichas y desdichas, como trabajar en nueve colegios distintos durante un solo curso escolar, las injusticias en los exámenes de oposición o los enchufes, que de todo hay. Mi época de opositor ha sido tan determinante en mi vida que incluso hoy, ya funcionario, tengo alma de interino, y sigo atento a las noticias sobre las oposiciones por pura solidaridad.

Uno de los principales problemas del opositor a maestro es que las oposiciones de magisterio son injustas. Y estúpidas. Cualquier imbécil con una buena cabeza que se memorice unos cuantos temas y unos cuantos supuestos prácticos puede aprobarla. En las oposiciones a maestro no se demuestran ni los conocimientos teóricos ni los conocimientos prácticos de los docentes ni, mucho menos, sus habilidades y destrezas para ejercer la profesión. Las pruebas de oposición actuales no miden lo que deberían medir, pero no es de extrañar, porque quienes diseñan el tipo de examen tampoco saben nada de educación. De hecho, he visto sacar la plaza a gente que yo jamás contrataría ni para plantar lechugas (por el bien de las lechugas) y he visto suspender a magníficos profesionales, ejemplo para la profesión. Así se explica luego que en los colegios haya determinado tipo de individuos. Y es que en España, como ya he denunciado en infinidad de ocasiones, el amiguismo y el buen rollito es la enfermedad que corroe cualquier atisbo de profesionalidad.

Ser opositor de magisterio es como ser un atleta de alto rendimiento. El verdadero opositor no tiene un día libre. No tiene vacaciones. No tiene fiestas de guardar. El opositor llega a casa, come, y cuando todavía no ha terminado de tragarse el último trozo de pizza congelada, se sienta frente a los libros y se pone a estudiar hasta que llega la hora de la cena. En su vida solo hay temas, subrayadores fosforitos y posits. En las bodas, el opositor no piensa en coger el ramo de la novia; el opositor piensa en coger la puerta para volver a casa y ponerse a estudiar. En el cine, el opositor repasa mentalmente el tema 5. En Nochevieja, cuando el reloj comienza a dar las campanadas, el opositor se dice a sí mismo que si se come todas las uvas sin atragantarse le saldrá el tema que mejor lleva preparado. Así es su vida durante el año.

Aparte de la injusticia que supone jugarse todo un año de trabajo a una sola carta los dos o tres días que duran los exámenes de oposición (donde puedes tener la regla, un resfriado, estar a 48 grados en Murcia o cualquier otra circunstancia que merme tus posibilidades para luchar por la nota), el opositor debe combinar el trabajo en el colegio con la casa y los estudios. Porque el opositor también tiene que recoger los cacharros, también tiene que fregar, barrer, limpiar las ventanas, ir a la compra, darle de mamar a su hijo y dormir. Cuando puede. Seguramente, para muchas personas, un profesor, un maestro, no es más que un tipo que tiene demasiadas vacaciones, pero detrás de la gran mayoría de esos maestros que entran cada día por la puerta de los colegios e institutos (sean funcionarios o interinos) hay una historia de superación admirable.